CAPITULO LXXVI ACORRALADO

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En el momento que un hombre pierde su cordura y dignidad para entregarse por completo a la bebida, desconoce familia, honor, profesión, los días y las noches ya no se  pueden contar, es lo mismo un amanecer que una caída de sol, siempre y cuando en la mano penda un vaso de buen licor.

Diego se había tornado un ser infernal, su único amor era la bebida, ya no distinguía entre marca o su procedencia, le venía igual un vaso de cognac que el caldo de frutas que preparaban los campesinos para embriagarse; había perdido la decencia y el buen nombre, así como el respeto, algunas noches ya no regresaba a la casa de Leonor a dormir, pues la pasaba en brazos de alguna prostituta de la calle de mirador, o alguna de las hijas de los campesinos que lo recibían en sus chozas para tomar y comer caldo de gallina.

Para Leonor cada día la vergüenza al salir a las calles era mayor, la gente murmuraba a sus espaldas lo tonta que era la esposa del que un día fue un prestigioso médico.  Diego se paraba muy poco por el consultorio para trabajar,  y era tal su reputación que ningún paciente le tenía confianza, incluso su secretaria había tenido que buscar otro trabajo, ya que Diego le debía el tanto de seis salarios atrasados. 

Eran las cinco de la tarde, el clima helado como buen mes de diciembre, en la mano llevaba una botella de agua ardiente que le había fiado el cantinero, absolutamente sus finazas ya eran escombros, incluso la empresa de café y de cultivo se sostenía gracias a que existían más socios y las buenas ganancias, sin duda alguna los días de gloria se habían terminado como el cigarro que fumaba, disipado completamente en el aire. 

Ya no tenía secretaria, y le importaba muy poco la clínica que con tanto esfuerzo había levantado de las cenizas, su equipo tenía meses de no ser utilizado, y todos por la calle lo veían como lo que era, los desechos de un ser humano, en que momento había sucedido todo aquello? Cuándo cambio tanto su vida si era perfecta?

Entró por la pequeña puerta de manera, que ni siquiera tenía llave, era tanto su descuido, el cambio de horario hacía que los días se convirtieran en más cortos, por lo que la oscuridad de la hora gris, esa donde no es día ni noche, empezaba a descender mucho más temprano que en otros meses.

A un lado de la vieja camilla,  pudo ver una figura, era la de una mujer, se podía reconocer con su bella silueta, pero su rostro oculto por la contra luz de la ventana, como una cosa extraña no iba ebrio, solamente alcoholizado de la noche anterior buscando como mejorar su resaca.

Se removió con los puños cada uno de sus ojos, como pensado que se trataba de una aparición creada por su mente ya tan distorsionada, o posiblemente era alguna de las mujeres y le debía deber dinero, poco a poco la figura se acercó con pasos lentos, y lo que vio le pareció más aterrador que una prostituta reclamando su paga, era ella, no podía ser posible, ella.

EL ALMA QUE ACOMPAÑA A LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora