CAPITULO XLIV EL PEOR INQUISIDOR ES LA PROPIA CONCIENCIA

301 14 2
                                    

La noche no era fría ni cálida, el viento soplaba en las ventanas con mucha fuerza, tanto que a su paso entre los arboles producía murmullo que daba escalofríos.  Leonor dormía plácidamente, por alguna razón todo lo del testamento del Licenciado Izaguirre no había logrado inquietarla como para perder el sueño, bastó acunarse en el pecho de Diego por unos minutos para entregarse al descanso.  Diego por su parte se había quedado dormido mientras acariciaba el cabello de Leonor, la quería mucho de verdad, como no imaginó llegar a amar a nadie nuevamente. 

Minerva seguía encerrada en su mutismo que ya para muchos se estaba volviendo absurdo, molesto,  y que no estaban seguros de seguir tolerando en su casa, ya que la propia Leonor no tenía tranquilidad respecto a la seguridad de sus hijas.

Eran casi las tres de la madrugada, Marcela había adormecido a su pequeña hija, y había intentado convencer a Guillermo que viniera a la cama con ella a descansar, sin embargo se dio por vencida desde la media noche y prefirió no seguir insistiendo, solamente se limitó a dejarle un vaso de leche caliente en la mesa de la biblioteca donde él se encontraba, presentía que algo no andaba bien, su esposo había cambiado demasiado, no la veía, no la tocaba, tampoco a su pequeña,  pero no quería agobiarlo con preguntas tontas,  su mamá le había enseñado que a los hombres no se les debe hostigar, seguramente cuando se sintiera listo le compartiría que le sucedía. 

Guillermo ordenó sus papeles cuidadosamente, y cerca de las dos de la mañana terminó de signar una hoja blanca muy pequeña, doblada por la mitad.  Removió dos tomos de derecho civil gruesos y empolvados, se los había obsequiado Ángel Izaguirre,  al tenerlos en sus manos su mente volvió al momento en que lo había conocido.      

Se embebió en sus recuerdos,  parecía que no había transcurrido el tiempo, ya hacía casi diez años, desde que llegó sin zapatos, vestido como cualquier mendigo, y empapado por la lluvia, no conocía a nadie,  con problemas legales,  un guiñapo humano que buscaba una mano amiga, una segunda oportunidad en la vida.

Ángel lo encontró tirado en el pasillo del ayuntamiento municipal a su salida de una reunión, lo llevó a su casa,  le dio una cama caliente, ropa limpia, y más que una noche de caridad, le ofreció una segunda oportunidad de vida, lo llevó a trabajar en su despacho, y le trató como a un hijo propio. 

Gracias a él empezó a estudiar leyes,  le enseñó todo lo que pudo de la profesión,  procuró cuidar de él con todo cariño, un muchacho desconocido,  y ahora ya no está.  Colocó cuidadosamente los códigos en el escritorio, abrió una gaveta y sacó un pequeño escarpín de lana rosa, era de su pequeña, se los había obsequiado también Ángel, al día siguiente que supo que iba a ser papá.

Se levantó de la silla de cuero, y caminó por toda la habitación, se encontraba muy desconcertado, verdaderamente triste, no por el hecho de ya no heredar nada de ese testamento,  le dolía en el alma imaginar que si había cambiado su voluntad era un mensaje muy claro de que algo sabía, que de alguna manera se había enterado de su terrible traición. 

EL ALMA QUE ACOMPAÑA A LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora