CAPITULO LX DONDE CENIZAS EXISTEN UN FUEGO SE CONSUMIÓ

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Los días han transcurrido de una manera lenta, casi se puede decir que el tiempo se detuvo de una manera extraña en la hacienda;  aunque todos los días escuchaba los comentarios de los sirvientes afirmando que era una época sumamente productiva.  

A pesar de eso, mi corazón me dice algo no está bien, que una gran tragedia se aproxima y que de nuevo correrá sangre en esta tierra. Pero que puede extrañarme? No importa cuanto ha pasado, no importa que ahora haya una mansión más hermosa que la anterior, o que se ha levantado de las cenizas un edén, todo eso no vale nada si esta tierra emana el hedor de la muerte, desde la quebrada hasta los campos de café. 

Tengo que saber que está sucediendo, ya nada tengo que perder… si… él quizá me pueda ayudar…

Minerva tomó un abrigo del baúl donde guardaba la ropa, y salió en medio de la noche, tan sigilosa y en silencio como le fue posible, el ambiente afuera estaba más que lúgubre, era aterrador, con la neblina cayendo en el monte, el aire musitaba dolor y se sentía el olor inconfundible del mal que se aproximaba. 

Caminó despacio, con cuidado, pero ya no sentía ese mismo miedo, el escalofrío en su cuello y espalda habían desaparecido… en uno de sus pasos mientras se aproximaba a la quebrada incluso se sorprendió a si misma pensando… ha llegado la hora de partir… 

El río transitaba por la quebrada de la misma forma que lo recordaba, transparente y reflejando la luz inigualable de la luna, hoy una luna menguante, llena de nubes que daban frío.   Contemplo aquel hermoso paisaje, que a pesar de la nocturnidad no dejaba de ser bello, olía a campo y a flores dormidas, y la poca luz que irradiaba iluminaba esa roca, esa piedra, si, esa misma donde reposaba… donde la esperaba… donde la odiaba…

Un leve recuerdo vino a su mente, ese instante donde lo había conocido, su aroma embriagante, y esos hermosos ojos de color avellana, grandes, abiertos, y delineados por sus negras pestañas, sus labios y sonrisa coqueta, y ese cabello lacio, sus palabras, que entre mentiras y realidades la habían llenado de amor…  si… volvió a su mente el momento en que lo conoció en su fiesta de quince años, y hermoso collar de perlas negras que le presentó como obsequio.  

Se sentó a un costado de la piedra, esa misma que su difunto padre el Coronel Rolando había colocado para cubrir aquella terrible tragedia, ese dolor tan inimaginable que le arrancó la vida… ni siquiera alcanzó a ver a su nieta nacer… 

Si, ahora todos los recuerdos se agolpan de pronto en su mente, su larga ausencia de la vida, y el odio sin razón a Leonor… ella no tenía la culpa de nada…  quizá después de todo si estoy maldita – pensó en voz bajita. 

-          aún te torturas con eso Minerva?

La mujer, que ya no era aquella hermosa quinceañera, sino alguien de cuerpo mayor, con algunas arrugas en el contorno de los ojos, canas en la cien, y profundas ojeras en el rostro, era la misma de quien alguna vez Sergio se había enamorado, y por quien pensó ser distinto, cambiar su vida y mejorar… pero ella misma la cegó esa oportunidad…

-          Es la primera vez que te vuelvo a ver en mucho tiempo, aunque algunas noches te puedo sentir en mi habitación.

-          Algo de cierto es

-          Por qué

-          Bueno, tu condenaste mi alma a este lugar, no puedo irme hasta…

-          Que yo muera?

-          Si… porque eres tu la que maldijo mi alma, eres tu la que me confinó a esta tierra para siempre, solamente tu puedes liberarme

EL ALMA QUE ACOMPAÑA A LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora