CAPITULO VIII EL LLAMADO DE LA SANGRE NO SE PUEDE CALLAR

595 18 2
                                    

Cada persona es distinta, sin embargo, en el paso de una generación a otra existen misterios que van más allá de la mente, cada nacimiento trae un alma nueva al mundo, pero algunas veces es difícil determinar si ese espíritu es nuevo con ciertas costumbres heredadas de sus padres, o es un cúmulo de experiencias que cada persona conserva.  Nadie sabe a ciencia cierta que pasa después de la muerte, si existe una vida, y que sucede con el alma, todo en conjunto un misterio sin aclarar.

Al día siguiente de su nacimiento, Toya llevó a la niña a los brazos de Minerva para que le diera de comer, Minerva solo la miró y no se movió siquiera.

-      Llévate a esa criatura, la odio, no puedo verla siquiera

-      Es tu hija, sabes la llamé Leonor

-      Llámala como desees, no me interesa

-      Basta ya, eres su madre y debes alimentarla

-      Lárgate!!!!!! No quiero verte ni a ti ni a esa niña, me sequé por dentro desde que supe de mi embarazo, no quiero verla o te juro Nana que yo misma la mataré, la odio y la maldigo.

Toya salió corriendo de la habitación para llevarla a su cuna.

-      Tranquila mi niña, tu madre un día verá lo linda que eres, y te querrá, mientras tanto yo voy a cuidar de ti.

La pequeña Leonor fue alimentada por una joven nodriza, y creció al cuidado de Toya, era una niña hermosa, su cabello era rizado de color chocolate y sus ojos enormes color avellana, además era sumamente tranquila y obediente, parecía un angelito que jugaba por toda la hacienda y que era la alegría de todos. 

Camilo era como un tío cercano, la enseñó a montar a caballo, y la llevaba a pasear todos los días.

Mientras tanto Minerva, parecía un muerto viviente, raras veces salía de su habitación, la pasaba en su cama con la mirada perdida en la ventana, nunca preguntaba por su hija, y optaron por no acercarla para evitar que le hiciera daño a la pequeña. La hacienda había salido adelante gracias a que Camilo tomó la rienda de la administración y la hizo prosperar, siempre decía que lo haría por su protector, pues él así lo habría deseado.

El tiempo es un abrir y cerrar de ojos, el tiempo pasa sin perdonar a nadie, la pequeña Leonor ya no era una criatura, y se volvía más y más inquieta, durante su infancia, tuvo maestras particulares, quienes le enseñaron a leer, escribir, latín, religión, y algunas ciencias.  Cada año en su cumpleaños Camilo y Toya se encargaban de hacerle un festejo, un pastel y regalos, en algo se tenía que compensar la ausencia y desprecio de su madre.

Cuando Leonor cumplió doce años, era sin duda un ser especial, nadie podría semejar la belleza y carisma que la ya casi jovencita poseía, su hermosura era especial, cada que entraba a un lugar irradiaba incluso cierta luz de paz, además parecía ser un imán que no podía pasar inadvertida en sitio alguno, y todo el que la conocía parecía adorarla de inmediato.

Era una jovencita inquieta, ya no tenía maestras tomaba los libros de la biblioteca y los devoraba, leía siempre en el jardín, o en su habitación. En las mañanas muy temprano salía a cabalgar por la hacienda y los viñedos, siempre por el camino que Camilo le había enseñado, nunca fuera de los límites de la hacienda.  Algunas veces entristecía, porque se sentía sola, su Nana y Camilo la adoraban, pero no sabía nada de su padre, como si jamás hubiese existido, y su madre, pues ya sabía que Minerva estaba en casa con una extraña enfermedad mental, solo la conocía por un lindo retrato que estaba en la sala del día que cumplió quince años, algunos días frecuentaba el cementerio para llevar rosas a sus abuelos.

EL ALMA QUE ACOMPAÑA A LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora