Capítulo 7🍷

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Cuando abro mis ojos me encuentro en una habitación, aún es de noche. No es mi habitación, y ahí es en donde me doy cuenta que no sé en donde estoy. Me encuentro acostada en una cama, con sabanas blancas y mi ropa ya no es la misma. Tengo una bata de dormir.

¿En dónde estoy?

El miedo comienza a recorrer cada parte de mi cuerpo. Veo a cualquier parte de la habitación en busca de mi bolsa o algún teléfono. Tenía que avisarle a alguien. Hago el esfuerzo por levantarme, hasta que lo consigo.

Mis pies tocan el piso, camino hasta la puerta de la habitación y trato de girar la perilla, está con llave, no puedo salir.

Pasan los minutos hasta que abren la puerta y un hombre vestido con un traje negro, entra.

Trae una bandeja de comida en las manos.

—Come algo—ordena.

Niego con la cabeza.

—¿E...en dón...dónde es...estoy?—digo al borde de las lágrimas.

—Esa información no se la pueda dar, señorita—dice.

—¿Por...por qué mmm....me se...secuestro?

—Yo no fui, señorita. Solo recibí ordenes—aclara.

Y con eso se va, dejándome con muchas preguntas.

Me acuesto en la cama y comienzo llorar, lloro por desesperación, por no saber quien me tiene aquí y sobre todo el por qué estoy aquí.  

Estoy a punto de quedarme dormida, pero otra vez, alguien irrumpe en la habitación.

—Señorita—es el mismo hombre de hace un rato—, el jefe quiere verla.

¿Qué va a hacerme? ¿Va a torturarme?

El miedo se apodera de mí.

Niego repetitivamente con la cabeza.

—No...no...qui...quiero ver...verlo—espeto.

Pero de nada sirvió, porque él viene hacia a mí y con mucha facilidad toma mis manos.

Yo me resisto.

—¡Sonia, ven a ayudarme!—el hombre pide ayuda.

Rápidamente, una mujer alta y robusta, digna de ser guardaespaldas, entra.

Su fuerza es demasiada, así que ambas personas me amarran las manos y pies.

Sonia, me coloca una bolsa de tela en la cabeza, para que no vea nada.

Me rindo.

El hombre me carga como un costal de papas sobre su hombro.

Comienza a caminar en dirección desconocida.

Baja unas escaleras y a los segundos, abre una puerta.

El aire fresco se siente sobre mi piel. Como ya es de noche, se escucha el canto de los grillos y otras aves nocturnas. Sino estuviera secuestrada, estos sonidos me llevarían a un estado de relajación total.

Se escucha que abren una puerta.

Entramos y a los segundos estoy sentada en una silla. Me quitan las cuerdas de las manos, para luego acomodarlas detrás de la silla y otra vez, me las atan, aunque no están muy ajustadas.

Las lagrimas comienzan a caer nuevamente.

—¡Ya fue suficiente!—se escucha una voz grave y varonil que me hace sobresaltar, y por ende, llorar más
—. Déjenme a solas con ella.

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