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                  C A P I T U L O  I V

Escuché el ruido del aparato que marca los sonidos vitales, eso me había despertado, abrí los ojos con pereza, miré la habitación y me senté rápidamente al darme cuenta que me encontraba internada en un hospital

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Escuché el ruido del aparato que marca los sonidos vitales, eso me había despertado, abrí los ojos con pereza, miré la habitación y me senté rápidamente al darme cuenta que me encontraba internada en un hospital. Lo primero que vino a mí fue "La premier" creí que me la había perdido por completo, pero llegaron a mi mente los vagos recuerdos de una amplia sonrisa y unos iris azulados mirándome con curiosidad.

Me golpeé la frente con la palma de la mano, y la vergüenza me invadió de la coronilla a los pies. Había tenido la mayor oportunidad de mi vida, estuve a escasos centímetros de mi actor favorito y lo único que hice bien fue desmayarme de tanta emoción. Parecía que la buena suerte venía con un precio, y el mío fue no poder decirle nada a Chris. Arrugué la nariz y junté con fuerza los parpados, pero sabía que nada del mundo podría hacer que el tiempo se devolviera y arreglar las cosas. Mi primer y único encuentro con Chris había sido un completo desastre.

Después de unos minutos llenos de lamentos y reproches a mí misma, un doctor apareció. La larga bata le cubría hasta la mitad de las pantorrillas, su cabello era de distintos tonos grisáceos, sus ojos rasgados y rodeados de pequeñas arrugas que habría ganado con el pasar de los años y la experiencia.

Me removí incómoda sobre la camilla al recibir su mirada. Tantos años al cuidado del doctor Sanders, me hacía sentir desconfiada de los demás; él se había convertido en parte de mi vida sin siquiera pensarlo bien.

—Buenas noches, señorita Mills —saludó mirando algunas hojas que tenía en su mano derecha.

—Buenas noches —correspondí sin muchos ánimos ocultando la vergüenza.

—¿Cómo se siente?

—Bien, me siento muy bien. —Sonreí.

La sonrisa era para persuadirlo de que me sentía bien, y de verdad estaba bien, sólo quería irme rápidamente de ese lugar para poder llorar en la soledad de la habitación del hotel, y poder lamentarme el resto de mi vida por el ridículo que había cometido frente a uno de los hombres más importantes de mi vida.

—Excelente, la daremos de alta en unas cuantas horas.

—¿Qué fue lo que sucedió? —Lo escuché suspirar.

—Sus padres me explicaron la situación, y aunque es normal el sentimiento de emociones fuertes, la presión de su corazón, en ese momento, resultó ser demasiada, y, por ende, sus latidos se irregularizaron durante unos cuantos minutos. Casi la perdíamos —soltó una risilla al final, pero a mí no me había causado la menor gracia.

—¿Dónde están? —Cuestioné ya familiarizada con los resultados de los análisis y pruebas que me hacían con demasiada constancia.

—Les llamaré para que los vea.

Entre máscaras  y corazones  rotos || Chris Evans (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora