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                     E P Í L O G O

Caminábamos juntos por el parque, la brisa de otoño junto con el inicio del invierno nos recibió a cada momento, el fresco aroma a tierra mojada entró por mis fosas nasales trayendo consigo el recuerdo de un pasado difícil

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Caminábamos juntos por el parque, la brisa de otoño junto con el inicio del invierno nos recibió a cada momento, el fresco aroma a tierra mojada entró por mis fosas nasales trayendo consigo el recuerdo de un pasado difícil. Las hojas secas de un intenso color naranja y amarillo, adornaban nuestro camino siendo pisadas a cada paso que dábamos.

Mi teléfono sonó por una llamada, siendo contestada al instante.

—¿Hola?

—Cariño, ¿estás bien? —cuestionó mamá con un tono de voz preocupante.

—Sí, eso creo.

Pasaron siete años luego de leer su carta, de saber de él, de mirarlo por última vez. Había perdido todo contacto y señal de su parte, convirtiéndonos en completamente desconocidos.

A pesar de que muchas de mis preguntas fueron respondidas al leer hasta el último párrafo de su carta, una parte en mi interior se sentía insatisfecha. Durante mucho tiempo me cuestioné la razón de que nuestro inmenso amor se desmoronara de la noche a la mañana, para al final entender, que, en la oscuridad, sin que nos diéramos cuenta y a paso muy lento, cada uno de los muros que sostenían nuestra unión, se fueron cayendo a pedazos.

No podía negar lo mucho que sufrí por su partida, pues mi corazón no quería permitirse el dejarlo ir, terminar con ese gran amor que le tuve durante años, pero él se había ido, y esta vez para siempre, sin poder hacer nada por ello. No existía número alguno que pudiera describir la falta que me hacía, que me parecía tan difícil vivir sin él, sin mi Chrissy. A pesar del tiempo, seguía sintiéndome vacía, tan sola, tan frágil. Cuando Chris se marchó, una parte de mí fue arrebatada con intensidad, dejando mi alma sangrado.

Los recuerdos y los momentos pasados a su lado, nublaban mi mente a cada que podían, uno tras otro como desde aquel primer día que nos conocimos, hasta nuestra última pelea. Nunca me arrepentiría de todo lo vivido con Chris Evans, a pesar de lo que nos llevó a que tomáramos caminos distintos, pero, ahora que el tiempo había hecho su trabajo, podía decir que lo amaba lo suficiente para dejarlo ir.

Luego de varios meses después de nuestra ruptura, cuando decidí dejar atrás ese duelo tormentoso, me di a la tarea de convertirme en alguien diferente. Trabajé demasiado hasta conseguir mi propia casa a las afueras de Boston con vista al aire libre, porque la naturaleza me devolvía la calma, y me hacía recordar a Chris de la misma forma, sin dolor, sino como lo bonito que fue estar a su lado. Perdí comunicación con sus amigos para no lastimarnos más, y, en cuanto a mis padres, algo cambió después de lo que hicieron, que preferí irme de casa.

Terminé con todo aquello que nos unía, eliminé todo rastro que había de él en mis redes sociales, en mi galería, en todo lo que me conformaba. Nunca dejé de ser su fanática a pesar de alejarme por completo, pero tenía que aprender a soltarlo, tenía que sanar todo aquello.

Como tal, mis sentimientos por él se transformaron sin que yo misma pudiera reconocerlos. Algunas veces todavía me costaba imaginar mi reacción de verlo nuevamente, o, por el contrario, de jamás hacerlo otra vez. No negaré que esperé día a día un mensaje, esperaba ver su cabellera castaña y esa sonrisa resplandeciente al salir del trabajo o en cualquier lugar, sin embargo, sabía bien que tal cosa era imposible.

No volví a saber de él, ni siquiera por televisión, nuestros caminos nunca se juntaron a pesar de que vivíamos en la misma ciudad, nunca más volví a verlo, y tuve que aprender a vivir sin esa mirada azulada que amé por años, sin esa voz que me calmó en momentos difíciles, sin esos brazos que me hicieron saber y sentir lo que era verdaderamente un hogar, sin sus manos que me sujetaron y me salvaron cientos de veces; aprendí a vivir sin ya no sentirlo más, a vivir sin él.

Dodger y yo pasamos toda la mañana fuera de casa y la mayor parte en el parque. Había crecido demasiado en todo ese tiempo, pero para mí seguía siendo el cachorro más dulce y tierno que existía en el mundo, y yo era la más afortunada por tenerlo.

La lluvia llegó a las calles de Boston justo a tiempo al terminar nuestra caminata, nos dirigimos a la cafetería para refugiarnos mientras todo se tranquilizaba y poder disfrutar de algo delicioso, pues él ya era cliente favorito.

Tomamos asiento en la mesa que Chris y yo siempre elegíamos, cerca de la ventana. Los recuerdos llegaron con algo de nostalgia, pero ya no dolían, siendo un alivio para mí. Juntos, nos dimos el placer de disfrutar la vista del agua cayendo y de la compañía del otro, a pesar de que a veces le gustaba morder las cintas de mis tenis. Cuando la lluvia llegó a su calma, preferimos regresar a casa.

—Vamos a casa, Dodg —indiqué recibiendo un ladrido como respuesta.

La campanita tintineó al abrir la puerta. Dodg salió primero, tan apresurado como siempre que no podía darme el lujo de mantener la vista pegada a su figura para supervisarlo, hasta que un aroma familiar me llenó la nariz y embriagó cada uno de mis sentidos.

Escuché a Dodger ladrar emocionado, pero yo solo pude quedarme inmóvil, sin aliento alguno. Cada músculo de mi cuerpo se tensó de pies a cabeza, siendo recorridos por un cosquilleo que ocasionó que las manos me sudaran. Ese día, fue la primera vez en mucho tiempo en la que mi corazón se sintió a salvo y completo de nuevo.

Nuestras miradas se entrelazaron rememorando cada vez que se sujetaron y nos hicieron invencibles, nuestras respiraciones se entrelazaron trayendo consigo lo que construimos juntos y el gran amor que nos tuvimos. Fuimos los más enamorados, los más invencibles, sin saber que nos perderíamos en el camino, sin saber que, nuestro amor no sería para siempre.

—Jayden...

—Chris...

Entre máscaras  y corazones  rotos || Chris Evans (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora