CAPÍTULO XXXIII

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Gabriela


Todo a mi alrededor se desmoronaba, las personas que amaba sufrían o morían ¿qué le depararía a mi pobre angelito?

Me encontraba tirada en el suelo de mi habitación, con la mirada perdida en el techo blanco, era la culpable de otra muerte, dos almas que llevaré en mi consciencia, dos de las personas que más he querido y me apoyaron, que fueron incondicionales.

Dejé de llorar hace un rato Jeannete aún se encontraba en casa o eso creí escuchar, vuelvo y cierro mis ojos para sumergirme en la bruma oscura que no me dejará pensar.

Mi sueño fue interrumpido por unos golpes en la puerta de la habitación, abrí los ojos de golpe y me quedo en donde estoy, ni siquiera me tomo la molestia en ver de quién se trata ¿qué más da? Lo único que me mantiene cuerda es el recuerdo de Mau con Philiph sé que él lo cuidará bien.

— ¿Gabriela? ¿qué pasa? — era Evan, se acercó a paso apresurado a mi lado y me tomó en brazos, mi cuerpo estaba laxo casi sin vida, pues así me sentía.—Anda, dime algo, no me dejes así —su voz se quebraba con cada palabra, con mi silencio.

Me arropó en sus brazos susurrando que todo estaría bien y me quebré, me quebré por completo y dejé que él fuese mi apoyo.

*

— No permitiré que estés aquí ni un minuto más, nos vamos ahora— lo decía con convicción.

La zozobra me consumía y mi cuerpo seguía laxo, yo me daba por vencida.

— vamos, necesito ponerte el calzado adecuado ¿dónde tienes tus zapatillas deportivas? — se movía de un lado al otro, en búsqueda de mis zapatos.

Ya me había acostumbrado a estar descalza, desde que estoy acá Jeannete me ha mantenido el calzado oculto.

—¡los encontré!— celebró y llegó con un juego de calcetines, me los colocó con cuidado y con pesar me puse de pie.

Salimos sin encontrar a nadie, fue extraño ver que esos hombres no estuviesen. Tanto fue mi estupor que no pude notar como me había puesto un gorro de lana, el cual cubría mi cabello, pasamos frente a una tienda y pude ver mi reflejo.

»Por poco y no me reconozco, el vestuario me hacía ver varonil, pero no parecía yo. Atribuí mis "alucinaciones" al cansancio y dolor.

No supe cuanto tiempo duramos caminando, me sentía en el limbo pero llegamos a una pequeña construcción en completo abandono, donde nos ocultamos, yo seguí sumergida en mis pensamientos, no necesitaba más problemas.

Llega un momento donde sientes que tu mundo cae, se desmorona por completo, te sientes inútil al no poder sostener esos pedazos y los sueltas, los dejas ir, pero no te hace sentir mejor.

»Una presión en el pecho hace que tu respiración se ralentice y un nudo crece en tu garganta, sientes infinitas ganas de llorar pero ya no tienes fuerza para ello. Simplemente te dejas caer en ese agujero de miseria que te ha consumido.

***

—Despierta, debemos irnos—Me sentía desorientada creí que había dormido por miles de años, mi cabeza dolía y las ganas de llorar volvían.

El sentir del cambio [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora