CAPITULO II

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Londres, Inglaterra, 1874

Mi madre solía decir que los momentos malos se dan para apreciar los buenos, pero ¿Cómo podré ser feliz ahora que no estás, madre mía?

Cierro los ojos y tomo un respiro, no me permito llorar, no en ese lugar lleno de personas que solo están ahí por estar.

Quiero estar como me siento, sola.

De niña creí ser afortunada por tener a mi madre conmigo, a pesar de no tener a mi padre yo sentía que ella era un ángel caído del cielo que llegó para cuidarme.

Ahora mi ángel volvió a su cielo.

No puedo aceptar que se haya ido de mi lado, me duele, me consume por dentro, quiero gritarle al cielo por llevársela de mi lado.

Quiero despertar y acurrucarme en sus brazos como cuando tenía una pesadilla. Quiero que sea solo un sueño.

Tengo tantos recuerdos en mi cabeza, tantos recuerdos de ella, algunos borrosos, otros de apenas hace unos días. Ella estaba bien, no entiendo que ha pasado, no entiendo porque me ha abandonado.

No entiendo que he hecho para que se vaya de mi lado. ¿Acaso he sido mala, Dios mío?

Siento las miradas de todos ahí, el sacerdote está diciendo algo que no me preocupo por comprender, pero incluso él, tiene la mirada en mí.

En la huérfana Woodgate Lowell.

Miro a mi costado y ahí está la hermana de mi madre, Georgina Lowell, luce hermosa con ese vestido negro que de seguro le costó una fortuna, con lágrimas en sus ojos, pero con su mirada fría, como siempre la he recordado desde chica. Ahora es quien maneja toda mi fortuna hasta que me case con algún caballero de mi clase. Quien sabe, el dinero no me importa ahora.

Siente mi mirada y cuando me mira, veo algo que no tolero ver, veo lástima.

Lástima por mi.

Siento náuseas, no tolero mirar aquello en sus ojos, no en ella. No digo nada, desvío mi mirada, no quiero que vea mis lágrimas que luchan por salir.

No quiero llorar más, no quiero sufrir más.

Miro mis manos para no mirar a nadie más, cubiertas de una fina tela negra. Poco a poco se nubla mi visión y es cuando sé que no podré más.

Débil.

Me siento débil, no puedo ahogar mi llanto. Debo salir.

Simplemente camino en pasos lentos y silenciosos fuera de aquel cuarto lleno de personas que forman parte de la burguesía. Que forman parte de este espectáculo de hipocresía. Estoy ahí, presente, respirando, pero yo sé que estoy muerta, muerta en vida.

Muerta de dolor.

Salgo de aquella iglesia ignorando la mirada de todos ahi.

Por favor, dejen de mirarme...

Miro el hermoso jardín que hay ahí, con rosas blancas y rojas. Muy hermoso, es mi flor preferida porque mi madre siempre tenía unas cuantas en nuestro hogar.

Soledad.

Es lo que siento cuando me detengo y tomo un respiro.

Puedo sentir el viento, fresco, un clima muy lindo para algún evento social en algún palacio, no para un funeral.

Miro al cielo, y pienso, pienso mucho, eso es lo único que hago desde que se fue.

Bajo mi mirada y puedo sentirme vulnerable, me siento como una niña pequeña. No soy fuerte, solo aparento que si para que me dejen.

La Primogénita (Camren) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora