Capítulo XV.

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Recuerdo aquel momento donde me enteré que a mi abuela le quedaba pocos meses de vida porque su corazón ya no funcionaba muy bien, ningún órgano funcionaba como nosotros queríamos. Tenía quince años cuando recibí aquella noticia que me destrozó el corazón, y siempre me sentí culpable de no estar cerca de ella todos estos años que viví lejos, pero cuando me encontraba a su lado la disfrutaba hasta que me despedía.

La llamada que recibí de parte de mi madre en la tarde, hizo que el celular se me escapara entre los dedos para que caiga al suelo, mientras una Nikki confusa y preocupada me preguntaba qué había sucedido. No pude articular ni una sola palabra, tampoco pude salir del trance que tuve desde Starbucks hasta el hospital.

No encontraba explicación en cómo mi amiga pudo guiarme hasta su auto y tomar rumbo hacia el lugar que más detestaba en el planeta, con ese olor desagradable de químicos y muerte. La muerte estaba en todos los rincones y pequeños surcos de las paredes.

Qué contradictorio, ¿no? Estoy estudiando para ser una gran médica y detesto el hospital. El edificio donde viviré la mayor parte de mi vida.

Ni siquiera me dí cuenta entre tantos pensamientos que cuando llegué, toda mi familia estaba allí con las cabezas cabizbajas.

—¿Q-qué pasó? —pregunté sin encontrar mi voz.

—Yo... —dijo Ian con lágrimas en sus ojos verdes—. Yo estaba con ella ayudándola a sacar unas flores ya marchitas, le comenzó a faltar el aire y me decía que sentía una presión insoportable en el pecho, hasta que se desvaneció convulsionando.

—Llegué justo del trabajo y la acercamos al hospital, todavía no nos dieron noticias de su estado —siguió mi padre.

Cristhian es un hombre que se vé joven a sus casi cincuenta años, pero las marcas que tenía debajo de sus ojos le sumaban veinte años más; mi madre posicionada a su lado, tomada de su mano, ocultaba las lágrimas y sollozos a través de un pañuelo. Ella también envejeció en pocas horas.

Me senté en una de las tantas sillas azules del pasillo, donde el plástico frío bajo mis muslos me dió un escalofrío por el contacto, y entre medio de mis mejores amigos me derrumbé cuando ambos me envolvieron en sus brazos. 

Descargué la presión que tenía en mi pecho desde hace seis años cuando me dijeron el estado de mi Nana; nunca permití que me afecte. Veía lejano el momento en el que empeore gravemente su salud, sin embargo, siempre agradecí que los pocos meses que le habían diagnosticado se hayan multiplicado en años.

Me recosté en las piernas de Sky mientras las lágrimas no paraban de caer. Sólo quería llorar y que siga acariciando mi cabello.

Luego de dos horas, sin ningún reporte de parte de los doctores, la noche había hecho su entrada triunfal en el cielo junto a la estrellas, y mi estómago comenzó a pedirme a gritos —bueno, a ruidos— que le alimente; por ello, fui a la máquina expendedora que había en el pasillo continuo para sacar unos ricos chocolates, pero al maldito aparato se le dio por comer mi billete.

Comencé a golpearlo con todas mis fuerzas liberando todo el estrés que cargaba en mis hombros; por el entrenamiento, por el malnacido de Agregnan que me quitó la poca libertad que había conseguido, por vivir con el miedo de morir y que mi abuela me deje. No soportaba de sólo pensarlo en no recibir sus saludos cada mañana cuando bajaba a desayunar, ayudarla con sus flores regandolas con mis manos, caminar a su lado por aquel parque donde conocí a mis amigos. 

No podía dejar de pensar en que podría morir.

Seguí desquitandome contra esa máquina que me robó el dinero y la poca cordura que me quedaba, hasta que unos brazos que conocía tan bien rodearon mi cuerpo para que más lágrimas y llantos fluyan. El cuerpo de Aaron estaba pegado al mío, como aquel día en la playa, notando como su respiración tranquila no iba acorde con los latidos de su corazón. Sabía que le lastimaba verme así.

Recuerdos Encontrados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora