Capítulo XXIX

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—¿Pueden dejar de hacer ruido? —trato de susurrar, pero del miedo que sigo teniendo chillé como una rata inmunda. Entre que la voz me sale así, Ian ebrio y Caín tratando de ayudarlo: vamos a despertar a mis padres—. Si somos más escurridizos llegaremos a salvo a la habitación de Nana —recalco caminando en puntas de pie.

—¿Sabes que padre puede escucharnos, no? —cuestiona el ebrio del grupo y Aaron trata de callarlo con una mirada acusatoria—. Bueno, ahora me callo —y simula con sus dedos que cose su boca.

Dios, ¿por qué pensamos que era buena idea investigar en estos momentos?

—Si haces el menor ruido posible, Cristhian no nos escuchará —le responde Caín dubitativo sabiendo que su hermano no está en condiciones de realizar su pedido, por ello carga el cuerpo de Ian como si fuese un bebé sin ningún esfuerzo—. Siento su presencia como la de mamá, Thomas y Sky  —agrega—, pero si no hacemos demasiado barullo llegaremos. Lo bueno es que Helena tenía su habitación en la planta baja.

Y esa es una ventaja. Por muy buena que sea nuestra audición, si los pasos que damos llegan a ser una pluma que no molesta y ruido hace, los pocos metros que nos faltan para llegar al cuarto de mi difunta abuela pasarán desapercibidos. Y qué mejor que nuestro destino esté en la planta baja y no en la superior, porque me imagino a Ian rodando por las escaleras por su inestabilidad. «¿En qué momento bebió tanto?», me pregunto; cuando lo vi charlar con su conquista en el bar lo noté fresco como una lechuga.

—Mientras no estabas, con él bebió de más —responde Aaron como si hubiera leído mis pensamientos a pocos centímetros de mí, al mismo tiempo que agarro el picaporte de la habitación de mi abuela y abro la puerta—. ¿No se supone que somos inmunes al alcohol?

—En teoría, sí —contesto, seguido de un estornudo por el poco polvillo que hay en los muebles. Las partículas hicieron que me pique la nariz, llevándome un reproche de Caín con el ceño fruncido. ¿Qué? ¿Acaso alguien puede resistirse a no estornudar?—. Lo siento —susurro y vuelvo a dirigirme al hombre de ojos color té—. Como te decía... En teoría podemos beber más que un humano, pero Ian tiene una gran debilidad por ella y cuando menos te das cuenta, bebió hasta el agua del inodoro.

—Ew, que asco —dice el vampiro borracho apoyando su cuerpo en el marco de la puerta para no caerse—. ¿Cuál es el plan? Hay olor a muerto aquí.

—Muerto tu culo —escupo—, respeto al dormitorio de tu abuela. Comienza a buscar en el ropero, lo que más te llame la atención déjalo en algún lugar y luego reunimos lo que encontremos —un bufido sale de sus labios y se dirige a regañadientes hacia el ropero color marrón, con un diseño bastante antiguo—. Caín —lo llamo—, busca en los muebles cerca de la cama; con Aaron vamos a inspeccionar en los pisos, paredes, objetos y en los muebles que están al lado de la ventana.

Entiendo que es una acción incorrecta rebuscar entre las pertenencias de un familiar, y más en las cosas de mi abuela; pero tengo la ilusión que ella nos está viendo y comprende que es por una buena causa. 

Recuerdos Encontrados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora