Resultó que el viejo bibliotecario intelectual se llamaba Fernando Garzon Santome Lemus. Su sobrina se llamaba Maria Jose. Vivían en el este de Bogota, en Cundinamarca, cerca de un pueblo llamado La Calera, y en un barrio al que llamaban Santa Ana.
El plan de Marquez consistía en enviarme allí en tren al cabo de dos días. El dijo que se quedaría en Bogota otra semana como mínimo, para hacer el recado de las tapas para los libros del viejo.
No me preocupaba mucho el pormenor de viajar sola y llegar a la casa por mi cuenta. No había estado nunca más al oeste de las villas de Granada, adonde iba en ocasiones con los sobrinos de Garcia, a ver el baile de la noche del sábado. Allí vi a la chica francesa cruzar el río caminando por un alambre, y casi caerse..., aquello sí que era un espectáculo. Dicen que llevaba medias, aunque a mí me pareció que llevaba las piernas desnudas. Pero me acuerdo de que yo estaba en el puente del Parque La Florida mientras ella recorría la cuerda floja, y que contemplé todo el campo que se extendía más allá de Granada, en el que sólo había árboles y colinas, sin una sola chimenea o campanario de iglesia a la vista. ¡Oh!, era algo escalofriante.
Si entonces alguien me hubiera dicho que un día habría de abandonar el barrio, y a todos mis compañeros, y a la señora Caceres y al señor Garcia, para ir sola a trabajar de sirvienta en una casa al otro lado de aquellas colinas oscuras, me habría reído en su cara.
Pero Marquez dijo que tenía que irme enseguida, por si el ama —la señorita Garzon— malograba nuestro plan tomando por accidente a otra chica de doncella. Al día siguiente de su llegada a Carrera 7, Marquez se sentó a escribirle una carta. Le decía que esperaba que le disculpase la libertad de escribirle, pero que había ido a visitar a su antigua niñera —que había sido una madre para él cuando era un niño—, y la había encontrado enloquecida de pena por la suerte de la hija de su hermana difunta. Se suponía, por supuesto, que la hija de la hermana difunta iba a ser yo: la historia era que había estado trabajando de doncella para una señora que se casaba y se marchaba a la España, y que había perdido mi empleo; que estaba buscando otra ama, pero que entretanto me veía tentada por doquier para emprender malos pasos; y que ojalá que una señora bondadosa me diese la oportunidad de una posición alejada de los peligros de la ciudad, etcétera. Dije:
—Pues si se cree cuentos así, Marquez, pienso que debe de ser más tonta de lo que nos has dicho.
Pero él respondió que había unas cien chicas entre Avenida de las Americas y Calle 6 que cenaban tan ricamente, cinco noches por semana, contando esta patraña, y que si a los pudientes de Bogota se les podía aligerar así de sus monedas ¿cuánto más amable no habría de ser la señorita Maria Jose Garzon, completamente sola e ignorante y triste como estaba, sin nadie que la previniese?
—Ya verás —dijo. Y cerró la carta y escribió la dirección, y mandó corriendo a uno de los chicos para echarla al correo.
A continuación, tan seguro estaba del éxito de su proyecto, que dijo que tenía que empezar en el acto a enseñarme cómo debía comportarse la doncella de una señora. Primero me lavaron el pelo. Yo por entonces lo llevaba, como muchas chicas del barrio, dividido en tres partes, con una peineta en la nuca y, a los lados, unos cuantos rizos gruesos. Si pasabas por los rizos una plancha muy caliente, después de haber mojado el pelo con azúcar y agua, se quedaban durísimos; duraban en este estado una semana o más tiempo. Marquez, sin embargo, dijo que era un estilo demasiado tieso para una mujer del campo: me hizo lavarme el pelo hasta tenerlo perfectamente liso y luego me lo dividió en dos —sólo en dos partes— y, con un alfiler, lo recogió en un moño sencillo en la nuca. Luego hizo que Mari también se lavara el pelo y, en cuanto mi cabello fue peinado y repeinado, y lo tuve prendido y luego soltado, hasta que él se dio por satisfecho, me dijo que peinara y recogiera el de Mari de un modo similar, como si su pelo fuese el de la señorita Garzon. El nos toqueteaba como si fuese otra chica. Cuando terminamos, Mari y yo teníamos un aspecto tan anodino y garbancero que podríamos haber solicitado plaza en un convento de monjas. Juancho dijo que si ponían fotos de nosotras en las lecherías, sería un nuevo método de cortar la leche.
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Falsa Identidad
FanficDaniela Calle, es una joven huérfana de diecisiete años que vive en la zona más peligrosa del centro de Bogota, Colombia. Ella es protegida por la señora Caceres, la gran «madre» de una clasica comunidad de delincuentes de epoca. Luego de una inesp...