A la mañana siguiente hago que Sofia me vista con esmero y mientras tira de las cintas digo:
—Creo que ha llegado la señorita Rodriguez. ¿La has visto, Sofia?
—Sí, señorita.
—¿Crees que servirá?
—¿Servir, señorita?
—Como doncella.
Ella sacude la cabeza.
—Me pareció algo lenta de maneras —dice—. Ha estado media docena de veces en Francia, pero no sé dónde. Se aseguró de contárselo todo al señor Trinidad.
—Bueno, tenemos que ser amables con ella. Después de Bogota, quizás esto le parezca insulso. —Ella no dice nada—. ¿Querrás decirle a la señora Nieto que me la traiga en cuanto haya tomado el desayuno?
He pasado toda la noche, a ratos durmiendo, a intervalos despierta, oprimida por la cercanía y la incógnita de la recién llegada. Tengo que verla ahora, antes de ir con mi tío, o temo caer enferma. Por fin, a eso de las siete y media, oigo unos pasos que no me son familiares en el pasillo que arranca de la escalera del servicio, y Nieto murmulla: «Aquí es.» Llaman a la puerta.
¿Dónde me pongo? Me pongo junto al fuego. ¿Suena rara mi voz cuando contesto? ¿Lo nota ella? ¿Contiene la respiración?
Sé que yo contengo la mía; noto que me pongo roja y quiero que la sangre se retire de mi cara. Se abre la puerta. Nieto entra primero y, tras un instante de vacilación, la tengo delante: Daniela —Daniela Rodriguez—, la chica crédula que va a rescatarme de mi vida y darme la libertad.
Más aguda que la expectativa, sobreviene la consternación. He supuesto que se parecerá a mí, he supuesto que será hermosa: pero es una criatura menuda, delgada, deslucida, con el pelo de color polvo. Tiene la barbilla y mandibula casi puntiaguda. Sus ojos son castaños, más oscuros que los míos.
Su mirada es o bien demasiado franca o bien taimada y salvaje; me dirige una mirada inquisitiva que abarca mi vestido, mis guantes, mis pantuflas y hasta los estampados de mis medias.
Luego parpadea —recuerda su adiestramiento, me figuro— y hace una presurosa reverencia. Advierto que la complace cómo le ha salido. La complazco yo.
Me cree una tonta. La idea me disgusta más de lo previsto. Pienso: Has venido a Santa Ana a buscarme la ruina. Avanzo un paso para cogerle la mano.
¿No vas a ruborizarte ni a temblar ni a esconder los ojos? Pero ella me devuelve la mirada y sus dedos —con las uñas recomidas— son fríos, duros y perfectamente firmes.
Nieto nos observa. Su expresión dice, a las claras: «Ésta es la chica que mandaste a buscar en Bogota. Creo que basta y sobra para ti.»
—No hace falta que se quede, señora Nieto —digo—. Pero sé que ha sido cariñosa con la señorita Rodriguez. —Miro de nuevo a Daniela—. Quizás sepas, Daniela, que soy huérfana, como tú. Vine a Santa Ana de niña: muy joven y sin nadie que me cuidara. No sabría explicarte todas las maneras en que la señora Nieto me ha dado a conocer desde entonces lo que es el amor de madre...
Digo esto sonriendo. Pero atormentar al ama de llaves de mi tío es una ocupación tan rutinaria que no me demoro en ella. A la que quiero es a Daniela, y después de que Nieto haya hecho una mueca, se haya puesto colorada y se haya marchado, me acerco a ella para llevarla hasta el fuego. Ella camina. Se sienta. Está tomando color en sus mejillas por el fuego y es rápida de reflejos. Toco su brazo. Es tan flaco como el de Ana, pero duro. Detecto en su aliento olor a cerveza. Habla. Su voz no es en absoluto como la había soñado, sino suave e insolente, aunque procura suavizarla aún más. Me habla de su viaje, del tren desde Bogota; cuando dice Bogota parece consciente del sonido; supongo que no está acostumbrada a nombrarlo, a considerarlo un lugar de destino o de deseo. Es un prodigio y un suplicio para mí que una chica tan menuda aunque alta, tan poca cosa como ella se ve, haya pasado toda su vida en Bogota, mientras que la mía ha transcurrido entera en Santa Ana: pero es también un consuelo, pues si ella ha prosperado allí, ¿no prosperaría yo más todavía, con todos mis talentos?

ESTÁS LEYENDO
Falsa Identidad
FanfictionDaniela Calle, es una joven huérfana de diecisiete años que vive en la zona más peligrosa del centro de Bogota, Colombia. Ella es protegida por la señora Caceres, la gran «madre» de una clasica comunidad de delincuentes de epoca. Luego de una inesp...