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Cuando despierto lo hago entre sombras móviles y veo a Nieto en la puerta, portando una lámpara. Despierto presa del pánico y con la sensación de que han transcurrido muchas horas. Me parece que la campana acaba de sonar. Creo que son las siete o las ocho de la noche. Digo:

—Me gustaría que me llevase a casa, por favor.

Nieto se ríe.

—¿Te refieres a la casa de aquellas mujeres burdas? ¡Vaya sitio para llamarle casa!

—Seguro que me echan en falta.

—Seguro que se alegran de haberse librado de ti, de esta cosita desagradable y pálida que eres. Ven aquí. Es hora de acostarse.

Me ha levantado del sofá y empieza a desatarme el vestido. Me resisto y le pego.

Ella me agarra del brazo y me lo retuerce. Digo:

—¡No tiene derecho a hacerme daño! ¡Usted no es nada mío! ¡Quiero estar con mi madre, que me quiere!

—Aquí está tu madre —dice, tirando del retrato que cuelga de mi cuello—. Esta es la única madre que tendrás aquí. Agradece que tengas su retrato para conocer su cara. Ahora levántate y estáte quieta. Tienes que ponerte esto para tener la figura de una dama.

Me ha despojado del vestido rígido y de toda la ropa interior que tenia debajo. Ahora me ajusta un corsé de muchacha que me oprime más que el vestido. Sobre él me pone un camisón. Me calza en las manos un par de guantes blancos de piel que abrocha en las muñecas. Sólo tengo los pies al descubierto. Caigo sobre el sofá y pataleo. Ella me levanta y me zarandea, y luego me mantiene quieta.

—Óyeme —dice, con la cara carmesí y blanca, y echándome el aliento en la mejilla—. Tuve hace tiempo una hija que se murió. Tenía el pelo bonito, moreno y rizado, y un carácter de cordero. No entiendo por qué una niña morena y de buen carácter tiene que morirse y otra quisquillosa y pálida como tú debe crecer. Es un misterio el porqué tu madre, con toda su fortuna, tuvo que morirse, hecha una piltrafa, mientras que yo debo vivir para suavizar tus dedos y convertirte en una dama. Llora todas las lágrimas taimadas que quieras. No vas a ablandar mi duro corazón.

Me levanta bruscamente y me lleva al vestidor; me obliga a subir a la cama grande, alta y polvorienta, y corre las cortinas. Hay una puerta junto a la campana de la chimenea: me dice que conduce a otro aposento, y que en él duerme una chica de mal genio. La chica aguzará el oído durante la noche, y me oirá. Si no estoy callada y no soy buena y me muevo, ella vendra a verme. Y tiene una mano muy larga.

—Reza tus oraciones —dice— y pide a Nuestro Señor que te perdone.

Recoge la lámpara y se marcha, y yo me quedo sumida en una oscuridad horrible. Creo que es una maldad hacerle esto a una niña; incluso hoy lo sigo pensando. Presa de una angustia, de desdicha y miedo, trato de captar sonidos en el silencio; desvelada, mareada, hambrienta, sola y con frío en una tiniebla tan profunda que hasta la negrura de mis párpados parece más luminosa.

El corsé me envuelve como un puño férreo. En los nudillos, embutidos en los rígidos guantes de piel, me empiezan a surgir magulladuras. De vez en cuando el reloj de pared cambia de ritmo y suena, y extraigo todo el consuelo que puedo de pensar que en algún lugar de la casa caminan lunáticas al lado de vigilantes enfermeras. Luego empiezo a preguntarme sobre las costumbres de la casa. ¿Quizás aquí a las locas se les permite deambular a su antojo; quizás venga una loca a mi habitación creyendo que es la de otra? ¡Quizás la chica de mal genio que duerme en el cuarto de al lado sea tambiénuna chiflada que vendrá a estrangularme con su fuerte mano! De hecho, no bien se me ha ocurrido la idea empiezo a oír ruidos sordos de movimiento, muy cerca, anormalmente cerca, me parece; imagino mil figuras furtivas con la cara pegada a la cortina, mil manos que exploran. Rompo a llorar. El corsé que llevo puesto hace que las lágrimas afluyan de un modo extraño. Ansio yacer inmóvil, para que las mujeres que me acechan no sepan que estoy aquí, pero cuanto más quieta procuro quedarme, más inquieta me siento.

Falsa IdentidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora