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Aun se oian afuera el relinchar del caballo, y sus herraduras golpeando contra la grava.

Dije:

—¿Será el señor Ruiz, señorita?

—¿El señor Ruiz? —respondió ella—. ¿Ya es tan tarde? Bueno, supongo que sí.

¡Ay, Qué contento se pondrá mi tío! Su tío le vio primero. Maria Jose dijo:

—Quizás me mande a buscar, para que dé la bienvenida al señor Ruiz. ¿Cómo me sienta la falda? ¿No sería mejor que me pusiera la gris?

Pero su tío no mandó a buscarla. Oímos voces y puertas que se cerraban en el piso de abajo, pero transcurrió una hora hasta que vino una camarera con el mensaje de que el señor Ruiz había llegado.

—¿Y está el señor cómodo en su antigua habitación? —dijo Maria Jose.

—Sí, señorita.

—¿Y está el señor cansado, me figuro, después de su viaje?

Ruiz mandaba decir que estaba razonablemente fatigado, y que esperaba reunirse con la señorita Garzon y con su tío durante la cena. No tenía intención de molestar a la señorita antes de esa hora.

—Ya —dijo Maria Jose al oír esto, y se mordió el labio—. Por favor, dile al señor Ruiz que una visita suya, en mi sala, antes de la hora de cenar, no me supone la menor molestia...

Siguió hablando de este jaleo durante minuto y medio, atragantandose con las palabras y ruborizándose; la camarera, finalmente, captó el mensaje y se retiró.

Volvió al cabo de un cuarto de hora, acompañada de Marques.

Entró en la habitación y al principio no me miró. Sólo tuvo ojos para Maria Jose. Dijo:

—Señorita Garzon, es muy amable por su parte recibirme aquí, todo sucio y maltratado por el viaje. ¡Es muy propio de usted!

Habló con voz suave. En cuanto a la suciedad, no había la menor traza de ella, y supuse que había ido rápidamente a su habitación para cambiarse de chaqueta. Tenía el pelo lustroso y las patillas peinadas; llevaba una sortija pequeña y modesta en el dedo meñique, pero aparte de esto tenía las manos desnudas y muy limpias.

Aparentaba lo que quería parecer: un caballero guapo y educado. Cuando por fin se volvió hacia mí, me sorprendí haciendo una reverencia, casi con timidez.

—¡Y ella es Daniela Rodriguez! —dijo, mirándome ataviada de terciopelo, y retorciendo el labio en un esbozo de sonrisa—. ¡Pero si la habría tomado por una dama! —Avanzó hacia mí y me cogió la mano, y Maria Jose también se me acercó. El dijo —: Espero que te guste tu trabajo en Santa Ana, Dani. Espero que estés demostrando a tu ama que eres una buena chica.

—Yo también lo espero, señor —dije.

—Es una buena chica —dijo Maria Jose—. Muy buena, de verdad.

Lo dijo de una forma nerviosa y agradecida. Como alguien, forzado a dar conversación, le hablaría a un extraño de su perro.

Marques me estrechó la mano y la soltó. Dijo:

—Claro que no puede ser de otra manera..., me refiero a que ninguna chica puede evitar ser buena, señorita Garzon, teniéndola a usted como ejemplo.

El rubor de Maria Jose se había apagado. Volvió a encenderse ahora.

—Es demasiado amable —dijo. El negó con la cabeza y se mordió el labio.

—Ningún caballero podría ser sino amable con usted —murmuró.

Ahora tenía las mejillas tan rosas como las de ella.

Falsa IdentidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora