Entonces se produce una especie de caos.
El perro ladra y salta, el bebé envuelto en una manta grita y otro bebé, en el que no he reparado —está debajo de la mesa, dentro de una caja de hojalata—, empieza a gritar también. Rodrigo se quita el sombrero y el abrigo, deja nuestras maletas y se estira. El chico de cara adusta abre la boca y enseña la carne que está masticando.
—No es Dani —dice.
—Señorita Garzon —dice la mujer que tengo delante, en voz baja—. ¿No eres tú, la preciosa? ¿Estás muy cansada, querida? Has hecho un largo viaje.
—No es Dani —repite el chico, un poco más alto.
—Cambio de planes —dice Rodrigo, sin mirarme—. Dani se ha retrasado para ocuparse de algunos detalles. Señor Garcia, ¿cómo está usted?
—De maravilla, hijo —responde el hombre pálido. Se ha quitado el mandil y está calmando al perro. El chico que nos ha abierto la puerta se ha ido. El pequeño brasero se está enfriando, crepita y se pone gris. La chica castaña se inclina sobre los bebés que berrean con un frasco y una cuchara, pero sigue mirándome a hurtadillas.
El chico adusto dice:
—¿Cambio de planes? No entiendo.
—Ya entenderás —dice Rodrigo—. A no ser que... Se pone un dedo sobre la boca y guiña un ojo.
La mujer, entretanto, sigue plantada delante de mí, describiendo mi cara con las manos y enumerando mis rasgos como si fueran cuentas ensartadas en una cuerda.
—Ojos castaños —dice, entre dientes; su aliento es dulce como azúcar—. Labios rosas, dos fresas. Barbilla bonita y delicada. Dientes blancos como porcelana.
Mejillas... más bien blandas, yo diría. ¡Oh!
Me he quedado como en trance, y la dejo murmurar; me aparto de ella en cuanto noto que sus dedos me manosean la cara.
—¿Cómo te atreves? —digo—. ¿Cómo te atreves a hablarme? ¿Cómo se atreven a mirarme todos? Y tú... —Voy hacia Rodrigo y le cojo del chaleco—. ¿Qué es esto? ¿Dónde me has traído? ¿Qué saben de Dani aquí?
—Eh, eh —dice el hombre pálido con suavidad. El chico se ríe. La mujer parece compungida.
—Tiene voz, ¿a que sí? —dice la chica.
—Como la hoja de un cuchillo —dice el hombre—. Así de limpia.
Rodrigo se topa con mi mirada y aparta la suya.
—¿Qué puedo decir yo? —Se encoge de hombros—. Soy un maleante.
—¡Ahora no me vengas con tus poses! —digo—. Dime qué significa esto. ¿De quién es esta casa? ¿Es tuya?
—¡Si es suya! —dice el chico, riéndose más fuerte, y atragantándose con la cecina.
—Juancho, cállate o te zurro —dice la mujer—. No le hagas caso, señorita Garzon. Te lo suplico, ¡no le hagas caso!
Siento que se retuerce las manos, pero no la miro. Mantengo los ojos fijos en Rodrigo.
—Dímelo —digo.
—No es mía —responde por fin.
—¿No es nuestra? —Él mueve la cabeza—. ¿De quién es, entonces?
Se frota los ojos: Está cansado.
—Es de ellos —dice, señalando con un gesto al hombre y a la mujer—. Es su casa, en el barrio.
El barrio... Le he oído decir el nombre un par de veces. Guardo silencio un momento, repensando sus palabras; después pierdo el ánimo.
—La casa de Dani—digo—. La casa de Dani, la de los ladrones.

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Falsa Identidad
FanfictionDaniela Calle, es una joven huérfana de diecisiete años que vive en la zona más peligrosa del centro de Bogota, Colombia. Ella es protegida por la señora Caceres, la gran «madre» de una clasica comunidad de delincuentes de epoca. Luego de una inesp...