Mi nombre, en aquellos tiempos, era Daniela Calle.
Y ahora todo aquello ha terminado.
La policía nos detuvo a todos, salvo a Mari. Nos llevaron a todos y nos tuvieron en un calabozo mientras desmantelaban la cocina de Carrera 7 en busca de pruebas, montones de dinero y mercancía de carteristas. Nos encerraron en celdas separadas, y todos los días venían a hacerme las mismas preguntas.
—¿Qué sabes del asesinado?
Dije que era amigo de la señora Caceres.
—¿Llevas mucho tiempo en Carrera 7?
Dije que había nacido allí.
—¿Qué viste la noche del crimen?
Aquí, sin embargo, siempre dudaba. A veces me parecía que había visto a Maria Jose empuñar el cuchillo; otras, me parecía recordar que la había visto utilizarlo. Sé que la vi tocar el tablero de la mesa, sé que vi el brillo de la hoja. Sé que se apartó cuando Marquez empezó a tambalearse. Pero la señora Caceres también había estado allí y se había movido más deprisa que nadie, y algunas veces creía que era su mano la que yo recordaba haber visto proyectarse como un rayo... Ai final dije la verdad resumida: que no sabía lo que había visto. Daba lo mismo, en definitiva. Tenían el testimonio de Juancho Muñoz y la propia confesión de la señora Caceres. No me necesitaban. Al cuarto día de nuestra detención, me soltaron.
A los demás los tuvieron más tiempo.
A Garcia le hicieron comparecer ante el juez. El juicio duró media hora. Lo condenaron, después de todo, no por el botín que había dejado por toda la cocina —era demasiado bueno quitando etiquetas y eliminando sellos—, sino por culpa de algunos de los billetes que había en la cartera que tenía escondida. Los billetes estaban marcados. Resultó que la policía había estado vigilando desde hacía más de un mes el negocio de la tienda, y al final habían obligado a Pablo —quien, como quizás recuerden, había jurado que bajo ningún concepto pasaría otra temporada entre rejas— a endosarle a Garcia los billetes delatores. Garcia fue declarado culpable de traficar con objetos robados, y le recluyeron en Buenaventura.
Conocía, por supuesto, a muchos de los presos que había allí, y cabía suponer que no lo pasaría nada mal entre ellos, pero ahí estaba lo más curioso: los rateros y atracadores que en la calle le habían estado tan agradecidos por obtener de él un chelín de más ahora se le pusieron totalmente en contra, y creo que Garcia lo pasó muy mal.
Fui a visitarle una semana después de que lo encarcelaran. Me vio y se tapó la cara con las manos, y estaba, en general, tan cambiado y abatido, y me miraba de una forma tan, pero tan extraña, que no pude soportarlo. No volví a visitarle.
Su hermana, la pobre, fue descubierta por la policía en su cama de Carrera 7, mientras registraban toda la casa. Todos nos habíamos olvidado de ella. La internaron en un pabellón de un hospital parroquial. La mudanza, sin embargo, le provocó una conmoción excesiva para ella, y se murió.
A Juancho Muñoz no pudieron endilgarle ningún delito, excepto el antiguo de robar perros. Le cayeron seis noches en La catedral y una tanda de azotes. Decían que inspiraba tanta aversión en la cárcel, que los celadores jugaron a las cartas para decidir quién tendría que azotarle; y que, para divertirse, le propinaron uno o dos azotes más de los doce prescritos, y que, después, lloraba como un niño. Mari fue a buscarlo a la puerta de la cárcel y él le largó un puñetazo y le dejó un ojo morado.
Gracias a él, no obstante, ella había escapado de Carrera 7.
No volví a hablar nunca con él. Alquiló en otra casa una habitación para él y para Mari y no se cruzó conmigo. Sólo lo vi una vez más, y fue en la sala del juicio contra la señora Caceres.

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Falsa Identidad
FanfictionDaniela Calle, es una joven huérfana de diecisiete años que vive en la zona más peligrosa del centro de Bogota, Colombia. Ella es protegida por la señora Caceres, la gran «madre» de una clasica comunidad de delincuentes de epoca. Luego de una inesp...