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Una vez finalize con las maletas, la señora Aguirre dijo:

—¡Qué bonita ropa blanca!

Estaba observando desde la puerta. Marques estaba junto a ella, con una expresión rara. Era él quien me había enseñado a manejar unas enaguas, pero ahora, al verme sacar las camisas y las medias de Maria Jose, parecía casi asustado. Dijo:

—Bueno, voy a fumar un último cigarrillo abajo. Dani, ¿te encargarás de poner la habitación cómoda?

No contesté. El y la patrona hicieron al bajar un ruido de mil diablos con las botas; y la puerta, las tablas y la escalera torcida retemblaron. Poco después le oí fuera, encendiendo una cerilla.

Miré a Maria Jose. Aún tenía en las manos los tallos de lunaria.

Dio un paso hacia mí y dijo rápidamente:

—Si te llamo más tarde, ¿vendrás? Le cogí las flores de la mano y después la capa. Dije:—No piense en eso. Durará un minuto.

Ella me agarró de la muñeca con la mano derecha, que todavía llevaba el guante puesto. Dijo:

—Escúchame, hablo en serio. Da igual lo que él haga. Si te llamo, dime que vendrás. Te daré dinero si lo haces.

Su voz era extraña. Le temblaban los dedos, pero me agarraba fuerte. La idea de que me diese aunque sólo fuera un cuarto de centimo era espantosa. Toda su actitud me tenia confundida, parecia enojada conmigo. Dije:

—¿Dónde tiene las gotas? Mire, aquí hay agua, tómese las gotas y se quedará dormida.

—¿Dormir? —dijo. Se rió y respiró—. ¿Crees que quiero dormir en mi noche de bodas?

Me apartó la mano.

Suspire. Me puse detrás de ella y empecé a desvestirla. La sentia tensa, se mordia los labios y me miraba mal. Cuando ya le había quitado el vestido y el corsé, me volví y le dije en voz baja:

—Más vale que use el orinal. Y que se lave las piernas, antes de que él venga.

Creo que se estremeció. No la miré, pero oí las salpicaduras del agua. Luego la peiné. No había espejo para que se viese, y cuando se acostó miró a su lado y no había mesa, ni caja, ni retrato, ni luz, vi que extendía el brazo como una ciega buscando algo.

Entonces se cerró la puerta de la casa, y ella se recostó, agarró las mantas y se las subió hasta la altura del pecho. Su cara parecía morena contra la blancura de la almohada, pero yo sabía que estaba pálida. Oímos a Marques y a la señora Aguirre hablando en la habitación de abajo. Se oían con claridad sus voces. Había rendijas entre las tablas del suelo, y se veía una luz tenue.

Miré a Maria Jose. Ella captó mi mirada. Tenía los ojos negros, pero le brillaban como cristales.

—¿Vas a seguir apartando la vista? —dijo, en un susurro, cuando me vio girar la cabeza. La miré de nuevo. No pude evitarlo, aunque su cara era un desastre, era horrible verla asi. Marques continuaba hablando con la señora Aguirre.

Entró en el cuarto el soplo de una brisa, y atenuó la llama de la vela. Tirité.

Ella no dejaba de mirarme. Habló de nuevo:

—Ven aquí —dijo.

Moví la cabeza. Ella lo repitió sin quitar sus ojos de mi. Volví a negar con la cabeza, pero fui hacia ella, a pesar de todo; crucé sin hacer ruido las tablas crujientes y ella levantó los brazos, acercó mi cara hacia la suya y me besó. Me besó con su dulce boca, salada de lágrimas; y no pude menos que devolverle el beso; mi corazón era ya como hielo en mi pecho, como agua fluyendo del calor de sus labios. Podia pedirme lo que quisiera, y lo haría.

Falsa IdentidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora