Prefacio

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Londres. Calle Charing Cross. Un bar exclusivo para magos. Regentado en aquel instante por la familia Finch-Fletchley. En el bullicio del Callejón Diagón, nadie solía reparar en el lugar destinado a la intimidad y a habitaciones para dormir. El Caldero Chorreante. Era una instancia menuda. Frecuentada por viajeros. Y el lugar ideal para cazar rumores si no se solía estar al tanto de los revuelos de la comunidad mágica. Para ser un lugar conocido, no tenía mucha iluminación. Y estaba un tanto destartalado. Aunque así era todo lo mágico.

Unas ancianas -y le costaba asumir que eran ancianas, pues ella misma era una -estaban sentadas en un rincón bebiendo unas copas de vino, observando por el rabillo del ojo al resto de la clientela. Una de ellas fumaba una pipa. Charlotte Breedlove la miró con desaprobación. Las leyes muggles sobre el tabaco en los espacios cerrados aún no habían llegado a las reformas del Ministerio. Tampoco es que fueran de las más urgentes. Un hombrecito con sombrero de copa pidió algo a un camarero calvo que sería una recién contratación del señor Finch-Fletcheley, a quien Charlotte había tenido el honor de conocer aquel verano tras saber por Neville Longbotton que era un hombre de fiar.

Costaba encontrar personas de confianza en aquellos tiempos.

No dijo nada cuando el hombre de arrugas marcadas y pelo gris y largo se sentó a su lado sin decir una palabra. Casi cincuenta años atrás no había confiado en aquel hombre. Lo habría matado de tener una oportunidad. Y, sin embargo, le había tendido su ayuda sin más miramientos en cuanto acudió a su puerta unas semanas atrás. ¿Cómo la encontró? No quiso saberlo. No quiso saber quién de sus amigos había traicionado su promesa de guardar el secreto de donde había encontrado su nuevo escondite. Después de la muerte del señor Goshawk, había tenido que mudarse. Y solo había revelado su nueva dirección a Hugo Weasley, a Victoire Weasley, a Sullivan Hegarty y a Pomona Sprout. Intuyó de quién lo había obtenido. Incluso medio siglo después, seguían siendo los mismos.

-Llega tarde -Comentó simplemente el hombre con cierta reprobación.

No se refería a ella, quien llevaba allí media hora recapacitando sobre cómo encauzaría aquella reunión. Más se sintió igual de ofendida. Había tenido que hacer frente a la brusquedad y la impulsividad de aquel hombre desde que acudió a su ayuda. Ser hospitalario debería ser pagado con educación. No para Celius O'Smosthery. No cuando el hombre había sido encerrado en un espejo la mitad del siglo anterior.

-Está trabajando -Le excusó Charlotte Breedlove.

Pero era cierto. Llegaba tarde. Diez minutos. Sabía que Celius había querido llegar tarde para que no fuera lo que viera en cuanto encontrara la mesa. Nadie -absolutamente nadie -conocía el rostro de Celius O'Smosthery. Todos lo habían visto de joven. Nadie sabía que su nieta, Cornelia Brooks, lo había logrado sacar del espejo en el que le encerró su propio hermano. Ni que sobrevivió al hechizo. Ni que escapó y que Carla Marín le ayudó a sobrevivir el paso del tiempo en cuestión de horas. Solo una persona.

Y una persona a la que, por lo que ambos conocían de él, esperaban que escupiera fuego al ver el rostro de Celius O'Smosthery. Ninguno de los dos esperaba que se lo tomara bien, por supuesto. Por esa razón, Celius había tomado la precaución de llegar relativamente más tarde de lo que tenía previsto. No funcionó. Habían dado por hecho que sería puntual. ¿Por qué razón iba a serlo? ¿Por qué razón iba siquiera acudir a aquella reunión con ellos? ¿Con Charlotte Breedlove? ¿Y Celius O'Smosthery? Debían subir barreras de protección si se dignaba a ir.

Charlotte tragó saliva cuando vio el conocido rostro que aparecía en numerosos artículos. Un rostro que había tenido en sus propios expedientes. Desde hacía años. Lo llevaba siguiendo por intuición. Por la magia que le había delegado Miranda Gohawk. Por la fama que él mismo traía consigo. En El Profeta. Incluso había ojeado Corazón de Bruja para indagar un poco más acerca de aquella figura cuya profundidad emocional era difícil sacar a través de las palabras de Hugo o Victoire Weasley. Lo denominaban El Soltero de Oro.

La tercera generación VWhere stories live. Discover now