Capítulo 3: Tropezar dos veces con la misma piedra

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Se había acostumbrado a no reconocer sus verdaderos rasgos cuando su propio reflejo le sorprendía en algún cristal. También acostumbraba a tener el sabor a barro y pimienta en su boca durante los minutos en los que la poción se ajustaba a su persona. Al haberse tomado la poción multijugos de forma prolongada, los efectos podían llegarle hasta doce horas. En ocasiones, se levantaba, se pasaba la mano por su pelo normalmente desordenado y se encontraba desenredando rizos. Cuando miraba de reojo su rostro en el reflejo de los bares de Copenhagen, se le removían las tripas.

Edward Whitehall se había encargado de remover sus tripas todo aquel maldito y tortuoso verano. En cuanto hubo acabado el curso escolar, el Auror estadounidense le mandó una carta en la que, acogiéndose a la promesa del joven Albus Severus Potter de unirse a su lucha contra el Ojo, le ordenaba que fuera con él en una misión. Su padre lo rechazó tajantemente. No se fiaba de Whitehall. No quería poner en peligro a su hijo. Whitehall dio su palabra de que no le ocurriría nada a su hijo. Albus le dio el discurso de «A tu edad nadie te lo impidió», «Yo también tengo derecho a luchar», «Es más peligroso cuando estoy con los basiliscos», «Es algo que ya he hecho antes», «Me dará un puesto seguro en el Departamento de Seguridad Mágica como Auror en cuanto acabe», «Confía en mí, papá», junto con unas palabras en secreto, «Tú lo harías por mamá». A pesar de su argumento conmovedor, Harry Potter no se sintió conmovido en absoluto. Albus necesitaba autorización parental. Y la recibió, finalmente, de su madre. «Mamá sabe que si no me hubierais dejado lo habría hecho igualmente... Al menos así estáis al tanto de lo que hago». Le hubo dicho a su padre el día que se marchó con Whitehall.

No fue cierto. Sabía que Whitehall no ponía al día a su padre. Pues, si lo hiciera, se había aparecido y lo habría devuelto a la Madriguera desde el minuto cero. Intuía que Whitehall engañaba en sus informes. Conoció mejor al Auror. No era un ejemplo a seguir. No estaba de acuerdo con sus métodos. Creía que abusaba de su autoridad y de la violencia. Y, sobre todo, era tan intolerante como impaciente. Pero lo necesitaba.

Una vez que llegó a un hostal -de un antiguo colega de Whitehall- que habían adquirido en el barrio mágico de Christiania, en Copenhagen, se sorprendió de que su compañera para la misión fuera su prima Lucy Weasley. Fue recomponiendo las piezas y los peones que creía tener Whitehall sobre la mesa sin que ellos se enteraran. ¿Qué otras personas le seguirían ciegamente para poder recuperar a personas que le importaran tanto y que estuvieran en el Ojo? Whitehall era astuto. Pero Albus Severus Potter lo era más. Sabía lo que Whitehall quería de ellos y estaba dispuesto a arriesgar su propia seguridad en verano. Era lo mismo que quería de Lucy Weasley. Aprovecharse de lo estúpidos que podían llegar a ser para salvar a sus seres queridos.

Nunca había hablado más de cuatro frases seguidas con su prima Lucy hasta aquel verano. Pues, si uno se paraba a pensarlo, ¿qué tenían en común? Absolutamente nada. Siempre había visto a su prima Lucy como la chica que adoraba el maquillaje, los cotilleos y que se metía con ellos por no saber arreglarse propiamente. Su tío Ron decía que era exactamente igual que su tío Percy de joven, solo que mucho más femenina. Descubrió que eso era la superficie: ¿cómo si no iba a ser la primera del clan Weasley en aceptar como mejor amigo al descendiente de una familia de sangre pura y mortífaga? Su percepción de ella cambió a finales del curso anterior. Lucy Weasley ya no era la prima que se reía del resto de sus primos y que tenía a su primo Louis en la palma de su mano, persiguiéndole por los pasillos a su placer. Lucy Weasley era, desde entonces, la prima que se había quedado sin padres, sin hermana, sin la persona de la que se había enamorado y sin mejor amigo. Por supuesto que iba a dejarse la piel en buscar a Louis y pedirle perdón. Era cierto que los malos hábitos -o lo que Albus pensaba que eran malos hábitos -tardaban en morir, puesto que, por ejemplo, solía reprochar a Albus su desorden, su torpeza y, por encima de todo, su inexistente sentido de la moda. Más se había encariñado con ella. O, más bien, se había acostumbrado a ella.

La tercera generación VWhere stories live. Discover now