Zoe McOrez gruñó al escuchar los gritos.
Su madre, Pansy McOrez, le había avisado de ellos. Eran una novedad desde que sus progenitores se mudaron a la antigua mansión de la familia Parkinson, donde sus abuelos maternos harían todo para proteger al hijo mayor de Graham McOrez, Cayo. Y los hijos de este. Eran una novedad que comenzaba a formar parte de la rutina de los sótanos habilitados para el joven Frank McOrez desde que llegaron allí.
Se había preguntado, en ocasiones, si era una novedad solo para ellos. Si aquello no era la primera vez que ocurría. Estaba tan acostumbrada a las excentrecidades de su familia que no le extrañaría en absoluto.
Desgraciadamente, su padre le había mandado a los sótanos para detener los gritos en más ocasiones de las que odiaba recordar. Había visto lo que había allí dentro. Al principio, debía admitir que había disfrutado y se había dejado llevar por un ambiente envuelto en esa droga mágica que nublaba todos sus sentidos excepto los más primitivos. Salía de allí como si un huracán hubiera pasado por su interior. No tenía que utilizar Legerimancia para saber qué era lo que pensaban sus súbditos cuando se Aparecían justo después para instruirles en las nuevas misiones. Los labios enrojecidos. El pelo apuntando en todas las direcciones. Las mejillas encendidas.
Pero su hermano había ido convirtiendo aquello en rituales más oscuros. Incluso para ella. Y ya no le gustaba participar de ellos.
Giró el pomo de la puerta.
Lo primero que la recibió fue el inconfundible olor a Amortencia.
Era cierto que olía a aquello por lo que un mago o bruja se sentía atraído. Y para ella olía a zumo de limón. A césped. A madera. Y a otras cosas que no quería evocar en el instante en el que la esencia entró en sus fosas nasales. Pues la Amortencia utilizada en aquel sótano era abundante. Eran, de hecho, tan abundante que la embriagaba.
Era una droga. Un inhibidor de emociones. Un potenciador.
La luz tenue del exótico decorado que su hermano había elegido aquella vez hizo que tuviera que parpadear varias veces para ver la escena que podía encontrarse en aquel momento. Rodó los ojos. Sobre los infinitos cojines y alfombras que ocupaban la sala, Frank McOrez coronaba sobre los dos cuerpos desnudos de muchachas.
Los contempló. Sus movimientos lentos. Inyectándose Amortencia en las venas mientras gemían de placer. Observó los frascos vacíos de pociones de amor con las que estaba obsesionado su hermano.
Su hermano se levantó al verla. Le sonrió de tal forma que hizo que Zoe estuviera alerta a lo que fuera hacer. Conocía bien a su hermano como para saber que no podía permitirse el lujo de bajar la guardia a su lado. La cogió con violencia de la mandíbula. Hizo amago de besarla en los labios, más Zoe se echó hacia atrás al notar el olor a todas las pociones y la esencia de Amortencia que la hacía sentir culpable.
-Esta no es la solución -Gruñó Zoe McOrez, dando unos pasos hacia atrás. -No puedes engañar a las profecías intentando que Potter te ame utilizando una de esas pociones para que te convierta en ese gran mago que quieres ser.
Escuchó su risa. Tuvo un mal presentemiento pero no hizo nada por evitarlo.
Su hermano giró su mirada hacia las brujas que habían extendido sus brazos hacia él para que volviera con ellas. Arrastrándose por el suelo para llamarle. Zoe supo que debería apartar la mirada. Frank sacó un hacha de debajo de unos de los cojines. Lanzó el arma sobre el cuello de una de las jóvenes. Roció su sangre por toda la sangre. Y clavó justo en el cráneo de la otra muchacha el hacha. Dejándolo allí.
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La tercera generación V
RandomLa nueva generación se enfrenta una guerra que se acaba de desatar. Las profecías se están cumpliendo y están favoreciendo a la oscuridad. ¿Les espera un mundo oscuro? ¿O podrán cambiarlo?