2: La respuesta de Lieke

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Muy a su pesar, Lieke se divirtió comprando ropa nueva, y posteriormente, tuvo ánimo para posar para la lente del fotógrafo.

-Mañana puede venir a buscar las imágenes -le informó el hombre del estudio.

Sin saber en realidad cómo sería, Lieke había elegido un fondo que ella pensó parecía lo suficientemente salvaje como para representar el oeste de Estados Unidos.

-¿Cuánto le debo?

-Tres florines.

-¿Tres florines? ¿No es un poco caro?

-Estas máquinas son caras -respondió el hombre poniendo una manos sobre la Susse-. Son importadas, ¿sabe?

-Bueno, el fin vale la pena.

-Le irá bien. Su amado estará feliz de recibir una imagen suya.

Lieke se sonrojó.

-Nunca dije que es para un enamorado. ¡Hasta mañana!

-Que tenga una muy buena tarde, señorita.

-Gracias.

Ya era casi mediodía cuando pasó por el mercado que estaba cerca de su casa. Recién en ese momento se dio cuenta que tenía hambre. Hacía dos días que no había comido nada sólido. Sintiéndose un poco culpable se acercó hasta uno de los puestos y compró un té y un bocadillo de arenque en pan de centeno. Luego se fue a sentar a una banca, y después de un largo suspiro y una bocanada de aire fresco, se dispuso a comer.

Al terminar, dejó unas migajas para las palomas. Luego se puso de pie y sacudió su falda. Por un momento, pensó en llevar algo para cenar, pero supo que al encontrarse sola no tendría deseos de probar ningún alimento: una cosa era comer sin compañía en medio del mercado, y otra muy diferente dentro del hogar que ya no compartiría con la persona más importante en su vida. Con un nudo en el estómago, un fatal arrepentimiento por haber comido el bocadillo, se marchó disgustada a casa.

Cuando cruzó por la puerta en lo primero que pensó fue en escribir la carta, no quería tener tiempo de arrepentirse. Pensó en que no se le había ocurrido comprar papel nuevo. Bueno, con las esquelas rosas de su madre tendría que bastar. Depositó el paquete con el vestido de Inke, sobre una silla, y luego se fue a la pequeña habitación. Una vez allí dejó sus compras sobre la cama, y se quitó su chaqueta, sus guantes gastados y su sombrero raído, dejándolos también sobre la cama. Enseguida volvió a proceder con el ritual de buscar el papel en el cofre de su madre, y las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas. Se las limpió con el dorso de la mano y salió a toda prisa de la habitación.

Envalentonada, cogió el lápiz de carbón. No, se vería muy infantil una carta escrita con lápiz de carbón. Lieke hizo memoria. No disponía de pluma y tinta.

-¡Demonios! Perdón, mamá.

Fue otra vez por las prendas de las que acababa de despojarse y salió a la calle. Por suerte la papelería no estaba lejos.

***

-Ahora sí -dijo en voz alta.

Al final había transcurrido casi una hora entre ir a comprar y volver a guardar sus ropas en el armario de la habitación.

Antes de comenzar a escribir pensó muy bien lo que diría en la carta, pues había comprado solo dos hojas de papel y un sobre de color blanco. Tampoco tenía mucha destreza con la pluma, ya que su instrucción había consistido en aprender a leer y escribir lo suficiente como para entender la palabra escrita sin ser engañada. Esperaba que este hombre no fuera una persona demasiado instruida y se diera cuenta de sus falencias. También esperaba que fuera guapo, pero eso no lo preguntaría. Por último si no funcionaba la relación, ya vería qué hacer.

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