11: Perdida en Nueva York

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Lieke miró a su alrededor. Toda la gente parecía tener prisa. Se sintió como una tonta, ¿por qué había sido tan confiada? Había sido cruelmente engañada. Ahora estaba en un país extraño, sin dinero, sin conocer a nadie, y sin hablar el idioma. Pero esto no quedaría así, iría a ese tal Holland y le pediría cuentas al cretino por hacerla venir del otro lado del mundo para nada. Sin embargo, no sabía cómo podría llegar hasta allí, solo tenía algunos florines que no alcanzaban para mucho. Por suerte había desayunado bien en el barco, y ella no era de comer en abundancia durante el día, pero...

Hizo parar a un hombre para preguntarle dónde estaba la estación de trenes, pero como era de esperar, él no la comprendió. Después le preguntó a una mujer, tampoco tuvo mejor suerte. Así estuvo un buen rato hasta que por fin vio a una anciana con toca, la reconoció de inmediato como perteneciente a una iglesia calvinista. Lieke corrió hacia ella y la detuvo. La mujer se asustó por ser abordada de ese modo, mas, al escuchar a Lieke, intuyó de inmediato que necesitaba ayuda.

-Acabo de llegar, y se suponía que me estarían esperando, pero recibí este telegrama en el muelle y ahora no sé qué hacer.

Las lágrimas en los ojos de Lieke conmovieron a la buena mujer.

-Lo siento mucho, hija mía -le dijo, recibiendo el papel de las manos de Lieke. Después de leerlo, le explicó con una sonrisa lo que debía hacer-. Debes tomar un tranvía de estos que pasan por acá, y bajarte en la estación de trenes. Es un edificio de color amarillo. Cuando estés ahí, busca una ventanilla que tenga puesto un letrero que diga Michigan, tal como en el papel. Compras un boleto y vas a la plataforma que tenga el mismo número que dirá el boleto. Llegando a Michigan, verás las diligencias apostadas afuera de la estación, solo grita Holland y algún cochero te hará una seña. En Holland todos hablan neerlandés, así que no hay que temer.

»¿Tienes dólares?

-No. Solo me quedan estos florines.

-No tengo mucho, pero te daré estos dólares, que de algo te servirán.

La mujer abrió su bolso de mano y le entregó cinco dólares.

-Lieke le pasó los florines.

-Acá no sirven.

-No importa, quédeselos como un recuerdo mío y de nuestra tierra.

Enseguida, Lieke abrazó a la anciana y se subió a un tranvía que transitaba por allí en ese momento.

Lieke observaba el camino por donde pasaban con interés. Por un lado se sentía excitada por encontrarse allí, y por otra muy nerviosa por no saber a ciencia cierta lo que sería su vida de ahora en adelante.

Cuando el tranvía se detuvo delante del mencionado edifico, Lieke se bajó, detrás de otras personas que también lo hicieron, y caminó resuelta hasta la estación. No querían que se dieran cuenta que era una extranjera e intentaran aprovecharse de ella.

Al llegar a la ventanilla que tenía sobre ella el cartel que decía «Michigan», Lieke buscó el dinero que le había dado la anciana, bueno, lo que le quedaba después de pagar el tranvía. Lo dejó encima del mesón y con un gesto le indicó al hombre que estaba detrás, que necesitaba ir a esa ciudad.

-No le alcanza.

-¿Qué? -Obviamente ella no comprendía.

-¡Que no le alcanza! -gritó el hombre-. ¡Son diez dólares!

Enseguida el hombre extendió las monedas sobre el mesón y con gestos también le dio a entender que le faltaban más de cinco dólares.

Lieke al fin comprendió y visiblemente contrariada se dio la media vuelta, y se alejó de la ventanilla.

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