Esa noche, Yani durmió en el establo como venía haciendo cada tanto para vigilar las vacas. Se había vuelto tan costumbre que se había confeccionado él mismo una especie de camastro en el que apenas cabía él solo, pero que le permitía descansar un poco lejos del suelo duro de tierra. Eso sí, por la mañana todos sus músculos amanecían doloridos como si le hubieran dado palos mientras dormía.
Luego de estirar sus extremidades, dobló la manta, y recogió la jarra de café y los cigarros. Iría a desayunar y enseguida a ordeñar las vacas, antes que comenzaran a llegar los hombres para sus primeras clases de porte de armas.
Cuando entró a la cocina le extrañó encontrar a su madre afanada en la estufa, y no con el ceño fruncido como todas las mañanas. Se podría decir que estaba casi de buen humor.
-Me levanté temprano para hacer hacer una tarta de manzana y algunos buñuelos -le dijo, mostrándole dos bandejas grandes repletas de lo que ella consideraba algunos-. Come algo mientras te preparo el desayuno, hijo.
-Gracias, madre se ven deliciosos. -A él no le gustaban las tostadas con chocolate, así que Ria debía cocinarle salchichas o arenques-. Pero no era necesario que trabajaras tanto. No vendrán muy temprano.
-Lo sé, Yani, pero los hombres siempre tienen hambre.
Aunque viviera cien años, jamás acabaría por comprender a su madre.
-¿Puedes darme algo para llevar? Me gustaría darme prisa y alcanzar a bañarme antes que lleguen.
-Por supuesto. Te pondré algo en la vieja caja de metal de tu padre.
Su padre llevaba muerto muchos años. ¿Todavía conservaba esa caja? Seguramente estaría enmohecida y no podría comerse lo que ella pusiera dentro. Pero no iba a sugerir tal cosa delante de ella y echar a perder la buena disposición con la que había salido de la cama el día de hoy.
Al rato Yani salió de la casa con las botas de goma puestas y la vieja caja de su padre, que increíblemente no olía a moho. Seguramente su madre se había encargado de mantenerla en buenas condiciones todos esos años. Quizás la limpiaba en forma constante y la mantenía alejada de la humedad.
Dos horas después había terminado la labor. Con tantas vacas menos, cada vez le era más fácil ordeñarlas, pero no se ocuparía de adquirir más hasta que estuviera solucionado lo de los cuatreros, cosa que esperaba que ocurriera pronto pues no quería recibir a Lieke en medio de este clima de inseguridad. Nadie podía estar seguro que cuando se cansaran de robar vacas no buscaran otras posesiones, o quizás las mujeres. Holland se caracterizaba por ser un pueblo tranquilo, con gente que no le gustaba meterse en disturbios. No se veían vaqueros retándose a duelo, ni hombres liándose a puñetazos en las cantinas. Ellos, los provenientes de los Países Bajos y sus descendientes, solo querían llevar una vida honesta y tranquila, ayudarse unos a otros cuando lo necesitaban, ir a la iglesia los domingos, y comerciar sus productos con los verdaderos americanos, sí, porque los neerlandeses eran americanos, pero trasplantados, y muchos no se sentían como pertenecientes a esa tierra de habitantes rústicos y poco temerosos de Dios. Yani apreciaba algunas cosas de América, pero despreciaba muchas otras.
Después de pensarlo un poco, Yani tomó unos útiles de aseo que había llevado al establo cuando decidiera dormir allí algunas noches, y en vez de regresar enseguida a casa y darse un baño en la bañera de latón que tenía en el cuarto habilitado para ello, decidió meterse al lago. Al rato salió fresco y renovado. Listo para enfrentarse con aquellos niños que ansiaban dárselas de hombres rudos.
***
Cuando entró a la cocina, Gerolt ya se encontraba allí, también Joep y Braam. Habían comenzado ya a comerse las delicias de Ria, sin esperar a que llegaran todos.
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Tulipanes salvajes
RomanceLieke es una mujer muy joven aún, sin embargo, está cansada de su vida, pero aunque quisiera no podría llevar otra. Lieke es prostituta en la casa de la puerta roja, y no porque le guste, sino porque es la única forma de ganar dinero rápido para sol...