10: Recibimiento saboteado

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Faltaban cuatro días para que Lieke llegara, y Yani ya se encontraba preparando el viaje: tomaría una diligencia hasta Michigan, y luego abordaría un tren hasta la ciudad de Nueva York.

Había contratado al hijo mayor de Gerolt para que fuera a ordeñar las vacas y dar de comer a los perros. También le había pedido a unas damas de la iglesia que fueran a hacerle compañía a su madre mientras él no estaba.

El día antes de emprender el viaje, fue al almacén a comprar algunas cosas para Lieke y se quedó a charlar un rato con Geop.

-¿Cómo te ha ido con la nueva valla?

-Bien, parece que por fin se disuadieron.

-Tal vez se alejaron de esta zona, pero han andado haciendo de las suyas en Zeeland. Yani, estos a estos hombres les ha ido muy bien en esta región, así que no esperes que desaparezcan pronto.

-Claro, porque somos unos cobardes que nos amedrentamos con rapidez.

-No, Yani, somos buenos cristianos, eso es todo... ¿Qué vas a llevar?

-Quiero unos jabones, algunos pañuelos, y no sé que otra cosa le pudiera gustar a una mujer.

-Tengo agua de colonia, y unas tocas hermosas.

-No, tocas no. Esperaré que ella llegue para ver si las usa.

-En el pueblo todas las mujeres las usan. Al menos las decentes.

-No digas tonterías, Joep. ¿Cuánto te debo?

***

Yani llegó al rancho y los perros, que aún no tenían nombre, salieron a encontrarlo, pero al entrar en la casa y no encontrar a su madre en la cocina ni en la sala, se preocupó, pues a esa hora debería estar cocinando delante de la estufa como era habitual. Vriend tampoco estaba a la vista.

Inmediatamente se dirigió a la habitación llamando a Ria en voz alta. Una voz apenas audible le respondió.

-¡Madre, ¿qué ha ocurrido?!

-No... sé -dijo con voz entrecortada-. Me... me duele... el pecho.

-Iré por el doctor.

-No... No me dejes.

-No tardaré, te lo prometo.

Yani corrió a montar nuevamente el caballo y le hincó con fuerza los talones para que el animal emprendiera la carrera. Por suerte el doctor tenía un rancho relativamente cerca del suyo, y si tenía suerte aún estaría en su casa, ya que tenía por costumbre solo en las tardes atender en el centro del pueblo.

Casi una hora después, Yani estaba de vuelta con el doctor Addens, quien por su avanzada edad ya no montaba, así que había que tener paciencia con él y esperar su coche de un caballo que galopaba más lento. Había un doctor más joven en el pueblo, pero los colonos más antiguos preferían consultar siempre al viejo doctor Addens.

-¿Dónde está la enferma? -preguntó el doctor acomodándose los espejuelos redondos.

-En su cuarto, doctor. Pase por favor.

-Dime cuál es, yo iré solo.

-El primero de la derecha, doctor.

Yani se pasó una mano por el cuello, estaba tenso. Se iba a sentar a esperar, pero los ladridos de la perra lo hicieron acudir también al cuarto de su madre: Vriend había desconocido al doctor.

-¡Vamos, Vriend, sal!

Después de pensarlo un momento, a Vriend no le quedó más alternativa que obedecer a la voz enérgica de Yani.

Tulipanes salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora