14: El desprecio de Drika

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La sorpresa de Lieke de repente se transformó en malestar. De pronto odió que Yani la tomara de la forma en que lo estaba haciendo, y peor aun, que la besara sin su consentimiento.

Imposible de seguir soportando la situación, lo empujó bruscamente.

-Perdone, soy un bruto,

Lieke lo miró a los ojos, y él parecía verdaderamente apenado. Ella pensó que tal vez su reacción había sido exagerada, pero no estaba acostumbrada a que no la abrazaran de una forma que no fuera con lascivia. Si bien, Yani era en lo sumo atractivo, muchos de los hombres que habían pasado por la vieja cama de la puerta roja también lo eran, y habían resultado ser unos hijos de puta que muchas veces querían sentir placer a cambio del dolor que podían infringirle a ella.

-No estoy acostumbrada, lo siento.

-Por supuesto. Usted es una joven decente y yo me comporté como un cerdo. Espero que no crea que la confundí con otro tipo de mujer.

El corazón dentro de Lieke lloró cuando escuchó estas palabras, y esas mismas lágrimas amenazaron con salir a la superficie a través de sus ojos.

-¿Me seguirá mostrando su rancho? -preguntó, con el afán de disimular.

-Sí. Vamos.

Continuaron caminando por el extenso prado hasta llegar al final de la propiedad, donde la valla colindaba con el lago.

-¡Es hermoso! -exclamó Lieke-. ¿Podemos llegar hasta allá?

En silencio, Yani que aún se sentía avergonzado, la hizo caminar a lo largo del cierre de alambre de púas hasta llegar a una puerta que él había hecho hacía poco, justamente pensando en la posibilidad de que a su futura esposa le interesase pasear en bote.

Tras pasar la puerta de alambres, Lieke corrió hasta el lago, y los perros, que habían estado pegados a los talones de ellos todo el rato, hicieron lo mismo.

-No pensé que le llamaría tanto la atención. En Amsterdam hay muchos canales -dijo él, haciendo memoria de lo poco que recordaba de su país natal.

-Sí, pero no es lo mismo. Esas aguas están sucias. En cambio, este lago se ve prístino. Perfectamente alguien podría bañarse en estas aguas.

-Yo lo he hecho... En invierno se congela.

-Podríamos patinar en invierno.

-Nunca lo he intentado, así que no sé si se formará una capa lo suficientemente gruesa.

-Habrá que hacer la prueba cuando llegue la época invernal.

El rostro de Yani se iluminó, y una sonrisa curvó sus labios.

-¿Por qué sonríe?

-Me gusta escucharla. Es como una promesa de que pasaremos muchos inviernos juntos... y muchos veranos.

-¿Le gustaría?

-Es lo que más deseo.

-¿Y su madre?

-Tendrá que aceptarlo.

-No me gustaría que sufra por mi causa.

-No es su culpa. Creo que a ella le hubiera gustado elegir mi esposa.

-¿Alguien diferente a mí?

-Sí.

-¿Por qué no se lo permitió?

-Escribir ese anuncio obedeció a un impulso, y no me arrepiento. También espero que usted no lamente haber venido.

-Quería empezar una nueva vida. Sin mi madre ya nada me ataba a esa tierra.

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