16: Lieke toma las riendas

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Se veía tan bella durmiendo, que no quiso molestarla. Necesitaba ir al retrete, y pensó que podría salir de la cama por sí mismo, sin embargo, en cuanto intentó incorporar la cabeza y el tronco, sintió un mareo y un dolor en la zona de la herida, que lo hizo perder el aliento.

El grito ahogado de Yani despertó de inmediato a Lieke, acostumbrada a no dormir profundamente durante los días que pasaba en vela, sin poder descansar después que llegaba de La Puerta Roja.

-¿A dónde cree que va? -preguntó ella, incorporándose de la silla.

-Necesito ir al retrete.

La caseta de la letrina estaba bastante lejos de la casa, y le costaría bastante llegar a ella en ese estado.

-Mejor le traigo el urinario.

-No es eso lo que necesito, pero puedo ir solo.

-Yani, a mi madre la asistí en todo, así que no es problema para mí... Incorpórese con lentitud, y apóyese en mí, para ayudarlo a salir de la cama.

Cuando logró tenerlo de pie, notó que su piel estaba demasiado caliente: tenía fiebre, y lo más probable que la causa era la cirugía que le había practicado ella.

-Tendrá que decirme cómo llegar a la casa del doctor -le dijo, mientras lo conducía afuera de la casa.

-No lo necesito.

-Sí. Tiene fiebre. La herida ha de estar infectada, y es mi culpa.

-¿Caminará hasta allá? Ni siquiera tenemos un coche en casa.

-Creo que es lo primero que tendrá que comprar.

Yani, habituado al caballo, nunca se preocupó de reponer la vieja carreta cuando se deterioró y luego fue rompiéndose por partes. Cuando su madre necesitaba ir al pueblo, hacía que un coche de alquiler fuera por ella, y si compraba productos en el almacén, heno para las vacas, pedía que se los fueran a dejar directamente al rancho. En ese aspecto, Yani era un hombre dejado, que raramente le importaban los imprevistos, cuestión que últimamente le había hecho pensar que ya era hora de cambiar. No se podía esperar que Dios anduviera en todo.

-Delo por hecho.

-¿Me dirá cómo llegar?

-Sí. Y lo siento.

-No se preocupe, soy buena andante.

Cuando pasaron por la cocina, Ria apareció, y su rostro no dejó lugar a dudas de lo que imaginó al verlos juntos, y aparentemente abrazados.

-Antes que continúes con el rostro indignado madre, debo informarte que anoche me dispararon, y Lieke me atendió. Me sacó la bala y se quedó incómoda junto a mi cama.

El rostro de Ria palideció.

-Ahora irá a buscar al doctor Addens, porque dice que tengo fiebre. Disculpa por no quedarme charlando, pero me urge llegar al retrete.

-Yo iré por el doctor, hijo -anunció Ria, sin mirarlos de frente.

-No, señora Waas. Si es tan retirado cómo dicen, puede ser muy agotador para usted.

-No soy vieja, niña.

-Vamos, Lieke, o me pasará un accidente en la cocina.

Salieron por la puerta de la cocina, y a base de empujones y tropiezos, por fin llegaron a la caseta.

Lieke lo ayudó a bajarse los pantalones y sentarse en la letrina, lo que hizo a Yani enrojecer por la vergüenza. Lieke levantó la mano y lo detuvo, antes de que fuera a pronunciar alguna palabra.

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