18: Una mujer de temer

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Al día siguiente, mientras intentaba limpiar las malezas de lo que se suponía era el jardín delantero de la casa, Lieke recibió una inesperada visita: Bill Halloway venía sobre un caballo negro, y nadie le acompañaba.

-Buenos días -saludó en el idioma de ella, al tiempo que se bajaba de su cabalgadura.

-Buenos días -repuso ella, limpiando sus manos en el mandil.

-Debió haber comprado guantes. Le saldrán callos a sus manos.

-No se me ocurrió.

-Los necesitará también para que las riendas del caballo no quemen su piel.

-¿Cómo...?

-Por lo visto en Holland los rumores corren rápido, aunque uno no quiera se entera de todo. Por eso no me gustan los pueblos chicos.

-Pero usted vino.

-Solo por trabajo.

-¿Qué hace aquí, entonces? ¿No debería estar buscando a los bandidos?

-Solo vine a decirle que si no se siente a gusto, puede venirse conmigo cuando acabe esto. Siento que este lugar de fanáticos no es para usted.

-Se lo agradezco, pero quiero quedarme. El señor Waas ha sido muy bueno conmigo.

-Usted no lo quiere.

-Él a mí sí, y yo aprenderé a quererlo... Tampoco lo quiero a usted.

-Entiendo, pero de todas formas la oferta sigue en pie.

Lieke no respondió. Bill procedió a calarse nuevamente el sombrero y montó el caballo. No había alcanzado a dar ni un par de pasos cuando ella lo detuvo.

-¡Espere!

Él se dio la vuelta sin bajarse del caballo.

-Quiero que me enseñe a montar... Y a disparar.

-¿Él no se opondrá?

-Mis actos los decido yo.

-¿Cuándo?

-Ahora mismo.

Bill se apeó lentamente del caballo y lo amarró a la cerca del jardín.

-Tendrá que atarse las polleras a la cintura, o ponerse pantalones. No quiero que se caiga porque sus pies se atoren en las faldas.

Ella lo miró por un momento breve, luego asintió y corrió adentro de la casa.

Ahora que Yani estaba ocupando la habitación, dormía en el sofá de la sala y se cambiaba en la sala de baño.

***

Ria siempre estaba atenta a todos sus movimientos, y esta vez no fue la excepción.

En cuanto vio salir a Lieke con pantalones y sombrero, corrió a la habitación de su hijo para contarle lo que estaba ocurriendo. Como era de esperarse, a él no le gustó la noticia.

-¿Te das cuenta? -insistía ella-. Te dije que es una mujerzuela. ¿Cómo es que ese hombre vino ayer a presentarse, y aparece hoy otra vez con quién sabe qué pretexto? Quizás se conocen de antes y están planeando algo.

-¡Basta! Calla, madre, y ayúdame a ponerme de pie.

-¿Irás a encararlos?

-Averiguaré primero de qué se trata todo esto.

***

Afuera, ajena a todo lo que ocurría dentro de la casa, Lieke recibía sus primeras lecciones.

Tulipanes salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora