3: La carta elegida

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Lieke había decidido no trabajar más en la casa de la puerta roja, pero le estaba costando mucho vivir de lo que ganaba cosiendo, puesto que sus aptitudes no pasaban de los remiendos y ajustes pequeños. Además se sentía aburrida, el tiempo pasaba y no llegaba respuesta, a pesar de que había pasado más de tres meses desde que pusiera la carta en el correo. Sin embargo, no extrañaba a los hombres que ansiaban poseer su cuerpo cada noche, con sus risas lascivas y sus cuerpos sudorosos y muchas veces hediondos. No, prefería mil veces buscar trabajo de criada en alguna casa del barrio acomodado, que permitir que volvieran a ponerle una mano encima, mas, algo debía hacer mientras continuaba la espera. Con los pocos céntimos que ganaba no lograría sobrevivir tres meses más. En algún momento los remiendos de las chicas del burdel se iban a terminar. Prácticamente la estaban alimentando.

Una tarde, la buena fortuna quiso que al pasar por la panadería, vio un cartel en la ventana pidiendo una dependienta para el mesón. Lieke no lo pensó dos veces, desprendió el papel y entró.

-Señor Bakker, necesito el empleo, por favor.

Ludger Bakker, quien ya conocía a Lieke, y la historia con su madre, se la quedó viendo pensativo.

-Lieke Spenger, usted no tiene experiencia en esto, ¿por qué no busca trabajo cuidando enfermos como antes?

-Señor Bakker, con lo de mi madre... Ya no tengo deseos de volver a cuidar enfermos. -Era una mentira teñida de realidad.

-Lo entiendo, pero...

-¡Póngame a prueba! Solo pido una semana.

Ludger Bakker ya era mayor. Su cabello estaba completamente blanco. Tenía la panadería en ese barrio desde que Lieke tenía memoria. Estaba viudo y vivía en la parte de arriba de la tienda, con su hijo menor y su esposa, quienes no tenían hijos. Había otro hombre más que ayudaba en la elaboración del pan, y una mujer que estaba encargada de la pastelería, ya que la mujer de Frits el hijo, no participaba en nada más que en gastar el dinero, según decían las malas lenguas.

-Señorita Lieke, no le puedo pagar mucho, pero podrá llevar pan fresco todos los días y algún pastel sin costo.

-¡No importa, señor Bakker, en este momento todo me sirve! ¿Cuándo empiezo?

-Abrimos a las siete de la mañana.

-Mañana temprano me tendrá aquí. No lo defraudaré.

***

Debe haber sido alrededor del mediodía, cuando un chico sorprendió a Yani en la quesería. Él se disponía a agregar el cuajo a  la leche fermentada, y se estaba cubriendo con su gran mandil blanco y una gorra del mismo  color que cubría su cabeza, nadie querría encontrar un cabello de él en un trozo de queso, en el momento que una mano lo tocó por la espalda. Yani se sobresaltó, y al volverse pensó que se encontraría con su madre, pero no, era uno de los hijos de Gerolt.

-Señor Waas, dice mi padre que vaya a la oficina porque tiene correspondencia para usted.

-Estoy muy ocupado ahora. ¿Por qué no lo envió contigo?

-Son muchas cartas, señor, y él temió que podría perder algunas.

-¿Muchas?

-Sí, señor, como cien.

-¡Por nuestro Señor! Dejaré la leche cuajando y voy enseguida. Me puedes esperar si quieres para llevarte de regreso.

-Gracias, señor, pero vine a caballo.

-Bien. Vete derecho a casa. No quiero que tu padre me pregunté por ti si no has llegado aún.

-Sí, señor.

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