4: La soberbia de Ria

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 Era cerca del mediodía cuando Yani regresó a casa. Ria lo esperaba con el almuerzo en la mesa y con la cabeza llena de preguntas para hacerle a su hijo.

La intriga era pecado, y ella estaba pecando, pero Yani tenía la culpa por no informarle sus planes. Así que en cuanto lo vio pasar a refrescarse, se abstuvo de interrogarlo en el acto como hubiera querido.

Yani se sentó a la mesa y comenzó a comer en silencio, mientras tanto Ria cuchareaba su sopa intentando simular que nada ocurría, que nada importante estaba por descubrir, o por enterarse en este caso.

Después del almuerzo vino el café, y Ria no fue capaz de soportar más, ya que los nervios le explotarían de un momento a otro.

-¿Me dirás por fin qué ocurre?

-Me voy a casar.

Lo dijo así, como quien dice «está lloviendo».

Ria lo miró como si estuviera viendo a una cascabel. Pero no con miedo, sino con rabia. Sus ojos echaban chispas. Chispas de odio hacia su hijo, sangre de su sangre. Un hijo que la había mantenido al margen de una decisión tan importante.

-¿Con quién? ¿Cuándo? -preguntó ella con voz lacónica.

-No sé. En cuanto ella llegue.

-¿Llegar? ¿De dónde?

-De Amsterdam.

-¿Cuándo la conociste?

-Aún no la conozco en persona, pero tengo una imagen de ella. ¿La quieres ver?

Yani se levantó de la mesa y extrajo el sobre del bolsillo de su camisa. Puso el daguerrotipo en frente de Ria y esperó.

-No me gusta. Tiene cara de mujerzuela. No es la indicada. Deberías haberme dicho para que te ayudara a escoger entre las jóvenes de la iglesia.

-Por eso mismo no te dije, madre. Ella se casará conmigo, no contigo. La recibirás bien porque será mi esposa, con la que tendré hijos.

-No tengo porqué aceptarla.

-Tendrás que hablar con el ministro. Estás incurriendo en varios pecados.

-¿Y tú, que me mentiste?

-Yo no mentí, simplemente no te hice partícipe de mis planes. No lo creí pertinente para ti. Eso no es pecado, ni siquiera omisión ya que no es algo que forzosamente tuvieras que saber.

-Iré a dormir una siesta.

-Que descanses, madre.

***

Hacía tiempo que había dejado el vicio, ya que todos los vicios eran pecados ante Dios, pero después de todo un hombre era un hombre y no podía vivir inmaculado toda su vida. Y como ahora lo necesitaba con urgencia para calmar su ansiedad y frustración, fue hasta el escondite secreto a un costado de la chimenea y movió una de las piedras para extraer del hueco la caja de cigarros. Sacó uno y pasó los dedos por la superficie para comprobar que todavía estuviera en buenas condiciones, luego lo pasó por su nariz y fue directo a la estufa para sacar una brizna de leña encendida. Quemó el extremo del cigarro y lo encendió. Luego salió de la casa y se fue hasta la parte de atrás para fumar tranquilo.

Yani aspiró profundo. Luego expulsó un poco de humo por la nariz y la mayor parte por la boca. ¡Cómo extrañaba fumar un buen cigarro!

A medida que el cigarro se fue extinguiendo, desapareció también su mal estado de ánimo.

Cuando terminó se fue revisar los quesos que ya deberían estar a punto. El día siguiente era sábado y tocaba ir al mercado a venderlos.

***

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