Tulipanes salvajes

7: Un extraño encuentro

El día seis de abril de 1870, el Sirene abandonó lentamente la bahía de Ij, para tomar la ruta que lo llevaría directamente al Mar del Norte. El barco abandonaba los Países Bajos en un viaje que tendría retorno, sin embargo, Lieke lo abandonaba con la esperanza de no regresar nunca más.

El capitán había anunciado que harían una parada de dos días para tomar pasajeros en Londres, pero sería la única, pues este era un viaje bastante exclusivo en el que solo había primera clase. Esto último hizo que Lieke se sintiera privilegiada, ya que no solo había conseguido barco enseguida, sino que el más confortable posible, y lo mejor de todo; lo había podido solventar sin problemas gracias a la generosidad del señor Waas.

Cuando estuvo a bordo del barco y observó los lujos que este tenía, se prometió que aunque Yani fuera un gordo panzón sudoroso haría todo lo posible por amarlo, porque ningún hombre era tan generoso con alguien que no conocía. Y ahora, de pie sobre la cubierta se sentía como una dama. Nadie que la viera pensaría que hasta hace poco era una puta de Madame Marijke.

***

El día anterior por la mañana había ido al cementerio tal como le había prometido al sepulturero, desconfiando que el trabajo estuviera hecho, pero se había equivocado: la tumba de su madre estaba rodeada de una reluciente reja de hierro, inclusive le habían puesto una cruz de idéntico material y alguien había plantado unas flores y algo de prado. Lieke, feliz, le dio una propina generosa al hombre, y algo más de dinero para que la mantuviera al menos por un tiempo.

Después se fue al centro de la ciudad y buscó ropa de acuerdo al presupuesto que le quedaba. Logró comprar una falda, una blusa blanca, un par de guantes, un bolso y dos vestidos corrientes. Estas prendas más las que había comprado anteriormente gracias a Madame, su equipaje no era tan exiguo. Para lo único que no le había alcanzado era para enaguas nuevas y otras prendas íntimas, pero esas no las veía más que el esposo, y ella dudaba que reparara en esas cosas.

Esa noche tomó su primera cena, en el elegante comedor del barco, mientras, el navío remontaba las aguas del Mar del Norte.

Fue un bello comienzo de viaje, pero al poco avanzar comenzaron los problemas para Lieke. Primera vez en un barco y quizás no podría disfrutar a plenitud del viaje: los mareos y vómitos no la abandonaron los primeros diez días.

Ella estaba sola, con nadie que la socorriera en esos desagradables momentos.

Diez días pasó encerrada en su camarote sin más compañía que un cubo.

El doctor del barco le había asegurado que después de ese tiempo su estómago estaría acostumbrado, que no esperaban tener tormentas durante el viaje, y por lo tanto podría disfrutar de mejor forma la travesía en el Sirene.

El hombre se equivocó. Al quinceavo día recién pudo salir de su camarote, y con un aspecto tan lamentable, que hasta ella sintió pena por sí misma.

***

El primer día prefirió hacer todas su comidas en el camarote, luego comenzó a salir nuevamente a la superficie, intentando no hacer amistad con los otros pasajeros del barco. Temía ser reconocida por alguien, o lo que era peor, que se dieran cuenta que ella era una mujer común y corriente, muy distinta a las otras damas que viajaban en el barco.

Por suerte se había llevado con ella algunos libros de las hermanas Brontë, traducidos al neerlandés: la lectura haría sus días menos aburridos. Era bastante tedioso estar dentro de un gigante que se movía con tanta lentitud.

Nada interesante ocurría en ese barco, a excepción de la noche en que un hombre casi la tiró por la borda.

Ella regresaba de un breve paseo nocturno por la cubierta, cuando un hombre chocó con ella. Él era bastante alto y el empujón casi le costó salir disparada al agua, pero el individuo que al parecer estaba borracho, reaccionó a tiempo y la cogió con fuerza.