22: Una verdad a medias

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Lieke aceptó con timidez el beso que Yani le dio cuando el juez los declaró marido y mujer. Sentirse rechazada por la gente de aquel pueblo la hacía sentir como si nuevamente fuera una niña desvalida que no sabía defenderse del cruel mundo que la rodeaba.

En cambio, Yani, se comportaba como el esposo dichoso que era a partir de ese momento. No pareció importarle la falta de su madre o de sus amigos, ya que solo tenía ojos para ella.

A las dos de la tarde los escasos invitados se habían marchado, y el juez se había ido feliz con la billetera bien abultada y dos de los mejores Quesos Waas.

-Tengo una habitación reservada -dijo él a boca de jarro.

-¿No es muy temprano? -preguntó ella.

-No tenemos nada más que hacer... ¿Tiene hambre?

-No.

-¿Vamos?

-Sí -respondió ella, sabiendo que no podía posponer lo inevitable.

-¿Cuándo nos dejaremos de tratar de usted? -preguntó él, mientras subían.

-¿Desde ahora?

-De acuerdo.

***

En la habitación había una gran cama con dosel.

De pronto Lieke, acostumbrada a ganarse la vida sobre un lecho, se sintió intimidada. Quizás después de todo no iba a necesitar fingir que era su primera vez, porque estar con un hombre que realmente le gustaba era como si nunca hubiera tenido trato con ningún otro. Todo sería distinto, y eso en el fondo le gustó. No tendría que comportarse como una puta, sino dejarse llevar por la falta de experiencia de Yani, y así sería la primera vez que alguien no la tratara con una cruda frialdad o una dolorosa violencia.

-Es mi primera vez -dijo él, y no sé muy bien qué hacer.

-Recuerdo que me lo dijiste -repuso ella con voz suave.

Yani se aproximó y luego de un momento titubeante la besó.

Fue un beso corto, torpe, no como los que le había dado anteriormente. Lieke percibió su deseo: todo el cuerpo de él temblaba, sin embargo, no intentó hacer las cosas más fáciles para él, no sería ella quien lo arrastrara al lecho.

Yani le quitó el sombrero y lo dejó con delicadeza sobre una silla. Luego le quitó el bolso de mano y los guantes. La blusa de ella tenía una hilera de finos botones hasta el cuello. Él comenzó a desabotonarlos uno a uno, y para ser su primera vez, Lieke consideró que actuaba con bastante precisión. Una vez que hubo soltado todos los botones de la blusa, casi como pidiendo permiso se la bajó por los hombros.

-Mírame -ordenó él. Ella levantó la vista hacia él y casi se quemó en el fuego que irradiaban sus ojos-. Tu hermosura me deja sin palabras.

Lieke se ruborizó. Nadie le había expresado antes su deseo de tal forma. Levantó con timidez sus manos y las posó en el pecho de él. Era la primera vez que lo tocaba por voluntad propia.

El roce de las manos de Lieke por sobre su camisa incendió el cuerpo de Yani, que volvió a besarla, pero esta vez con pasión, arrastrándola hasta la cama.

Ambos cayeron envueltos en un abrazo apasionado. Por suerte para Lieke, Yani no sabía cómo se tenía que comportar una mujer cuando estaba por primera vez con un hombre, así que se olvidó un poco de la idea de fingir ser virginal, y comenzó a quitarle las prendas, mientras él le sacaba las suyas.

Pronto, ambos estuvieron solo en interiores, y ninguno de los dos daba el primer paso para continuar con la seducción. Es decir, Yani sabía lo que debía hacer, pero no cómo llegar allí, y Lieke no quería demostrar su vasta experiencia.

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