15: El regreso de los cuatreros

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-Soy Lieke, señora.

-La mujerzuela que vino a casarse con mi hijo. No te reconocí.

-¿Cómo se siente? ¿Quiere un poco de agua?

-Ya le diré al médico cuando venga, y no, no quiero agua. Podrías envenenarme.

-No le deseo ningún mal, señora Waas.

-No te creo. Estoy segura que no deseas una vieja entrometida entre ustedes.

-Piense lo que guste, señora. Si no logra ver dentro de mí, yo no soy quien para obligarla.

-Quiero estar sola.

-Le prometí a su hijo que la cuidaría, y es justo lo que pretendo hacer. Así que por favor dígame lo que necesita para estar más cómoda.

-¡Que te largues, es lo único que me haría sentir bien!

Lieke respiró hondo.

-Está bien, pero le advierto que estaré cerca. No me marcharé más allá de la sala.

Lieke salió de la habitación con el vaso de agua en la mano.

Sentía mucha tristeza. Jamás pensó que pudieran repudiarla con tal intensidad, y cada minuto se convencía más que Holland no era el lugar ideal para ella. Ella no era una mujer que se doblegara fácilmente, pero contra la madre del que sería su esposo no podía luchar. No podía ponerlo a él en la situación de elegir entre ambas mujeres. A menos que, ella se comportara como ella misma y no como se suponía que debía ser. Quizás a Yani no le gustaría su verdadera personalidad, mas, era la única forma de averiguar si su interés era genuino, o se estaba dejando llevar por un falso romanticismo.

Afuera los cascos de los caballos anunciaron que Yani venía de regreso. Él entró corriendo a la casa, pero el doctor se tomó su tiempo, y entró momentos después con paso lento y su maletín colgando de una mano.

-Está despierta -dijo Lieke a modo de información.

Yani hizo amago de entrar a la habitación, pero el doctor lo detuvo.

-Tú, espera aquí.

-Como usted ordene.

Como en las ocasiones anteriores, el doctor Addens se tomó su tiempo para revisar a Ria, y cuando salió de cuarto, lo único que hizo fue mover la cabeza y hacer un gesto de resignación.

-Es lo mismo de siempre: una rabieta que la está enfermando de verdad. No logra controlar sus sentimientos.

-Los que siente hacia mí -repuso Lieke, con voz apenas audible.

-Así es, mi querida señorita.

-Yani, creo que debería marcharme. No quiero que su madre empeore por mi culpa.

-¡De ninguna manera!

Yani se aproximó a ella y la abrazó, sin importarle si era adecuado hacerlo.

-¿Quiere arriesgarse a que ella se enferme más aún?

-Tendrá que entender.

-Lo siento, pero no quiero cargar con ese peso en mi conciencia.

Lieke se soltó del abrazo de Yani y salió afuera de la casa. Afuera, los perros salieron a su encuentro, moviendo sus rabos y acercándose a ella para lamer sus manos, ajenos a la zozobra que la joven sentía dentro de su pecho. Ya pronto caería la noche, pero a ella no le importó y caminó sin rumbo por el prado. Momentos después Yani la alcanzó, y puso una mano de él en un hombro de ella para que se detuviera.

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