Capítulo 26.2

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Descendió con lentitud del barco mientras miraba desinteresado a su alrededor una vez sus pies tocaron tierra firme.
Tenía ambos brazos en su espalda, conservando una postura de superioridad.
Observó como alguien se abría paso entre la multitud de indígenas que yacían ahí; chocaron miradas una vez la mujer llegó al frente.

El comportamiento de la mujer siempre le pareció extraño, siempre intentando llamar su atención, sacando cualquier tema de conversación. Estaba demasiado empalagado por tanto cariño y amor que se le mostraba.

Aunque la cultura logró infiltrarse en su corazón, logró derretir el tan frío carácter del español, por lo que se hicieron pareja.

Odiaba cuando cualquier cosa le recordaba cual era su objetivo ahí, tomar esas nuevas tierras. "Solo prepara el armamento para atacar" le dijo con algo de tristeza a un soldado.

Era muy feliz en aquel lugar, sentía que por fin tenía una familia; una novia que lo amaba y un pequeño hijo que jugaba con él, lo abrazaba, le demostraba con cariños cuanto lo quería, no quería perder todo eso que jamás tuvo, era muy lindo como para dejarlo ir.

Todo lo bonito cambió a algo bizarro cuando la cultura azteca comenzó a abrirse, revelando cosas que para España eran algo aterradoras y alarmantes.

Saber que aquel platillo que se le hizo tan exquisito contenía carne humana, carne de su propio pueblo, fue espantoso. Los sacrificios a los dioses que en ese territorio se acostumbraba a hacer también lo asustaron.

Tenía que relajarse, tal vez hablando con su pareja, tratando de una forma pacífica hacerle saber que estaba mal lo que hacía, llegarían a un acuerdo.
Tomó aire con pesadez, deteniéndose un momento para descansar ya que estuvo caminando en círculos, tratando de encontrar la forma de hablar con Azteca.

-- Le traje agua --habló alguien a sus espaldas, provocando que girara solo la cabeza, pues estaba sentado.

Era su hijastro Tenochtitlan, era un pequeño muy dulce e inocente, hiperactivo, muy simpático. Siempre con una linda sonrisa en su rostro; sus ojos heterocromáticos: uno verde y el otro rojo, simplemente hermoso, como su personalidad.

-- Muchas gracias --respondió el mayor con una sonrisa tomando aquel pequeño jarro de barro con ambas manos.

-- ¿Puedo sentarme con usted? --preguntó el menor con timidez mientras el español asentía.

Tomó asiento a un lado del bicolor, mirando al suelo abrazando sus piernas.

--¿Puedo hablar con usted? --cuestionó nervioso mientras jugueteaba con la tierra del suelo, cabizbajo.

-- Claro, ¿qué necesitas? --respondió sonriente.

-- Últimamente he estado sintiendo cosas que nunca sentí --confesó ansioso.

España esbozó una risa;-- ¿No estarás enfermo por jugar en el río que tu madre dijo que no te metieras y aún así lo hiciste? --bromeó a modo de regaño.

-- Estoy seguro de que no es eso, señor.

-- ¿Qué es entonces, pequeño? --consultó con curiosidad.

-- Bueno... --balbuceó sin continuar su habla, pues estaba algo dudoso de si decir eso sería buena idea.

El español posó su mano derecha en el hombro izquierdo del menor, ganando una mirada de confusión y sorpresa;-- Vamos, puedes confiar en mí.

¡Todos a por él!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora