Capítulo XXVII

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El sueño fue muy extraño, no había mucha gente y el lugar era árido, tal vez era un desierto, busqué algún lugar alto para poder llegar a casa de Félix. Al despertar lo había logrado, creo que cada vez se me hacía más  fácil hacerlo, era cosa de costumbre; la habitación estaba clara, me levanté y caminé al salón, me senté en un sillón y comencé a leer uno de los tantos libros que habían en un estante; cuando ya aclaró más aun, me dispuse a preparar el desayuno, Jennifer se levantó y me saludó amorosamente.

-Hija, que bueno que has venido, te estuve esperando- dijo mientras me abrazaba, ella siempre me trataba como si fuera una hija más.

-Sí, me quedaré algunos días aquí- sonreí- he hecho el desayuno ¿le sirvo?- dije mostrándole el plato de huevos fritos con trozos de tocino.

-Bueno, me encantaría probarlos- dijo entusiasmada, cuando nos sentamos en la mesa agregó- Amira debo decirte algo- su tono cambió a uno serio- ya le hemos contado todo a Samantha, quien se ha molestado un poco con nosotros por no habérselo contado antes, pensaba que reaccionaría de mejor forma, espero que ahora que sabe un poco más se puedan llevar mejor-.

-No se preocupe, yo creo que de a poco nos llevaremos mejor, es cosa de tiempo- dije aun cuando no lo creía, con Samantha desde el primer momento no habíamos congeniado de buena manera pero intentaba calmar su preocupación.

Desayunamos juntas, luego bajó Samantha quien no me dirigió palabra, o sea seguía con la misma actitud, al parecer la noticia no le había importado, finalmente bajó Félix quien me miró de inmediato y yo solo me sonrojé, odiaba eso que me hacía sentir con tan solo una mirada y es que eran unos grandes e intensos ojos verdes que se posaban en mí. Cuando terminó de desayunar se levantó y se dirigió mirándome.

-Ven, quiero mostrarte algo-.

Caminamos al segundo piso y entramos a una sala al final del pasillo, cerca de mi habitación pero a pesar que la había visto siempre cerrada jamás había llamado mi atención y tampoco había visto a alguien entrar ahí. Él abrió la puerta y me hizo entrar primero.

-¡Es un piano!- grité emocionada tras la sorpresa, en realidad era una sala de música habían diversos instrumentos pero en el centro y lo primero que vi fue un hermoso piano de cola.

-Hace años no lo ocupan, si quieres puedes usarlo, creo que está bueno aun- sonrió- te dejo tranquila, nos vemos después- se dio la vuelta y se retiró.

Me quedé allí tocando durante largas horas, me encantaba hacerlo y creo que jamás me cansaba, era definitivamente mi pasión, siempre practicaba pues quería llegar a tocar de la mejor manera tal como lo hacía mi profesor, aunque sabía que no sería capaz de aprovecharlo pues me daba vergüenza tocar en público, no me atrevía a que cualquier persona me escuchara, me ponía muy nerviosa.

-Tocas demasiado bien, así que esta es tu gracia- dijo una voz tras mío.

-Gracias- dije dejando de tocar, era Ángel quien se encontraba en la puerta y me observaba.

-Sentí el piano y me asombré bastante, hace tiempo nadie venía a tocar aquí a pesar que esta es una sala de música cada uno tiene su instrumento en su habitación, de vez en cuando ensayamos aquí- sonrió- dime tú ¿de dónde vienes?-.

-De Auckland- digo apresuradamente intentando mantener la calma, al fin y al cabo estaba diciendo la verdad.

-Amira, ahora estamos en Auckland- me aclaró algo confuso.

-Verdad, lo siento es que me he mudado tantas veces que ya me llego a confundir, vengo de Hamilton- miento, aunque en algún momento de verdad viví allá.

-¡Oh! es muy lindo, mis abuelos son de allá, algún día podría ir a visitarte-.

-Me parece, yo después te daré mi dirección- dije y para dejar el tema me giré y seguí tocando algo nerviosa un nuevo tema.

El chico de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora