Día de tormenta.

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Esa mañana se despierta mecida por el sonido de la lluvia al caer. Le encanta escuchar dicha melodía, aunque solo esté cargada de melancolía, así que se queda un ratito más metida entre las sábanas calentitas que no consiguen que el frío la abandone, pero, bueno, que al menos la abrigan aunque no lo hagan ni la mitad de lo que lo hacía su sonrisa.

Cuando decide levantarse, sube su persiana tan solo para contemplar las gotas de lluvia resbalándose por el cristal sin poder parar su caída, pues siente que eso mismo le pasa a ella.

Es un día de tormenta, de frío, y, por un momento, siente que no es ella quien está triste e inundada de frío, sino el mundo. Ese breve sentimiento la reconforta porque no hay cosa que desee más que el estar bien, y ya no pide un día, ni una hora, le basta con unos segundos que la permitan sentir lo que ella jamás podrá vivir: felicidad.

Es un día de gamas grises, como las que llevan pintando su vida desde aquel día en que perdió al único pintor que consiguió volverla de colores, como el arcoiris. Quizá debió haberse dado cuenta de que, el arcoiris, tan solo es algo efímero.

Es un día de querer morir como lo hacen las gotas que resbalan por su cristal hasta caer a la nada.

Es un día de desear que la borrasca que inunda su vida sea él y no sus recuerdos.

Es un día de odiar el olor a café que inunda su casa cada mañana cuando, ella, queriendo tenerle a su lado, prepara café para dos dejándolo enfriar, entre calada y calada, como lo hizo su amor.

Es un día de contemplar el humo de su cigarro esfumándose como él lo hizo.

Es un día de quemar margaritas que le dicen que no la quiere, y, aunque eso ella ya lo sabía, le desgarra el alma un poco más.

Es un día de desgarrar su alma en hojas de papel inundadas de lágrimas, en tinta que se corre como su rímel.

Es un día de caminar bajo la lluvia sin paraguas, para que nadie note que no solo el mundo llora, que ella también lo hace, pero en silencio, sin truenos que avisen de que la tormenta está ahí, pues sabe que, aunque los tuviera, nadie se preocuparía por amainar la tempestad que la está arrasando.

Es un día de sentir cómo sus heridas internas se resquebrajan más y más, sin poder hacer nada por evitarlo, entre lágrimas que no hacen otra cosa más que causar escozor en ellas.

Es un día de odiarse ante el espejo por mostrar ante él su debilidad.

Es un día de invierno, pero eso, para ella, no es nada nuevo. Lleva sin salir de esa estación desde que él se fugó de su vida dejándola como a un barco sin timón en medio del océano, a merced de la tempestad.

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora