Otoño.

208 12 0
                                    

Su melena bailaba al compás del fuerte viento que agitaba las hojas de los árboles haciéndolas caer agitadamente al suelo.

Sentada en el suelo, observaba dicho espectáculo con una sonrisa inicial que, con el paso del tiempo, se convirtió en lágrimas al sentir la caída de aquellas hojas como una metáfora de sí misma, pues ella también había confiado plenamente en que, aquellas personas que tanto le importaban, no la soltarían de aquel fino hilo del que colgaba dejándola caer a aquel abismo que tan bien conocía de tantas caídas que llevaba vividas en su corto periodo de vida. Pero siempre acababan soltándola, dejándola caer, sin importarles lo más mínimo cuántos destrozos iba a provocar esa caída en ella, pues, como persona no valía nada. Y, eso, bien lo sabía ella. Y, eso, causaba en su interior una herida para la cual no existía sastre alguno, tan sólo más y más profundidad.

Sus ojos cerrados con fuerza, para no dejar escapar las lágrimas que comenzaban a formarse tras la aparición de aquel nudo en la garganta, acompañaban al dolor que sentía por dentro de sí misma por odiarse tanto. Y, es que, debería empezar a quererse más. Sí, debería, pues nunca lo hacía. Pero tampoco lo tenía fácil para lograr alcanzar la meta de sentirse a gusto con ella misma, ya que, ¿de qué servía que se tuviera cariño hacia sí misma si el resto de la gente sentía ese odio que ahora la inundaba a ella?

Sus uñas se clavaban fuertemente en la palma de sus manos debido a la fuerza con la que apretaba sus puños para calmar aquel temblar incesante de su cuerpo, pero sobre todo de sus manos y labios, que se había instaurado en ella a la vez que sus ganas de liberar, todo lo que pudiera, su dolor mediante lágrimas. Aunque, bueno, eso solo la ayudaba mínimamente, pues lo que generaba en ella más que nada era debilidad, ganas de darse por vencida y bajar de aquel tren aunque saliese herida, ya que, si seguía montada en él, seguramente acabase mucho peor, pues prefería acabar de una vez con el sufrimiento en vez de alargarlo creyendo que sí la ayudarían a acabar con él en vez de causarle más y más.

Mordisqueaba sus labios arrancando de ellos su piel para hacerse sangre y que ese dolor causado por aquel acto aplacase el que sentía dentro de sí misma al notar sus rotos abriéndose con profundidad a su contacto con las lágrimas de derrota que comenzaban a ahogarla.

No podía más. Sentía el ruido que su interior provocaba al resquebrajarse una vez más profundizando todas sus heridas de guerra, porque, ella, era una guerrera aunque dentro de sí misma creyese que era justo lo contrario por no alcanzar sus metas. Porque, ella, una vez más, rompió sus lágrimas fuertemente con la palma de sus manos para dibujarse una sonrisa fingida que hiciera creer al resto del mundo que era fuerte. Y, en realidad, lo era, porque, ella, una vez más sacó fuerzas de donde no las tenía para ponerse en pie y hacer como si todo iba bien aunque por dentro estuviera naufragando de nuevo.

Y, es que, ella era como un paisaje de otoño, precioso pero, a la vez, tan desolado como los poemas de Bécquer.

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora