"Te quiero."

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Cierro los ojos con fuerza y suspiro. No puedo soportar esas dos palabras y, la verdad, no me sorprende. Es lógico que pierdas la confianza en algo cuando, tras creer ciegamente en ello, todo desaparece como si no hubiera sido nada más que un jodido espejismo.

Aprieto los puños clavando mis uñas en la palma de mis manos y sonrío forzadamente buscando que esa sonrisa parezca verdadera, cosa que no me resulta difícil, pues casi siempre, por no quitar ese casi, es lo que hago: sonreír falsamente porque ya no hay nada que cause en mí ese sentimiento llamado felicidad que se encuentra perdido en el baúl de mis recuerdos de la infancia.

Cuando escucho esas dos palabras se produce un rechazo inmediato en mí hacia ellas, y ya no solo es por el hecho de haber perdido la confianza en ellas, sino también porque estoy acostumbrada a la soledad, al rechazo tarde o temprano de todas aquellas personas que me importan. Por ello, es como si sintiera mi interior rompiéndose de nuevo, como una muñeca de porcelana al caer al suelo, al saber que esas dos palabras volverán a fallarme, pues me soltarán de ese fino hilo del que cuelgo y caeré a ese abismo tan familiar para mí.

Y, sí, me conozco muy bien la teoría pero, joder, nunca soy capaz de superar la práctica, siempre caigo, siempre acabo creyéndome esas dos palabras porque, oye, ¿a quién no le gusta escuchar un te quiero de vez en cuando aunque por dentro sepa que es un reabrir sus heridas a medio cerrar? O, bueno, quizá soy yo la única rara que desea que alguien le de un poco de cariño porque anda falto de él, por no decir que, prácticamente, no sabe ni lo qué es esa palabra.

Y, a veces, me gustaría no quedarme quieta cuando oigo un te quiero, pues desearía salir corriendo lejos de esa palabra que no tiene más significado para mí que dolor. Si casi nunca salgo corriendo es porque hay una parte de mí que sueña con encontrar la cara verdadera, y oculta para mí, de esas dos palabras y, así, poder rescatar aquel sentimiento que posee donde refugiarse cuando las cosas van mal conocido como felicidad, y poder, de paso, refugiarme con él sin miedo a caer.

 Pero, nada, que no creo que el destino se ponga alguna vez de mi lado para concederme el ver ese sueño hecho realidad. Así que, seguiré rechazando te quieros, tanto los que lleguen a mí, como los que desee decir pero calle por miedo a que la otra persona sea como yo y sienta el mismo miedo hacia ellos, cosa que sabré solo con contemplar su mirada. Y, es que, quizá mi sonrisa sí engañe pero, mi mirada, nunca lo hace.

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora