Pupilas cargadas de esperanza.

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Su bolígrafo verde se deslizaba con rapidez 
por aquel folio que, poco a poco, perdía su vacío 
al ser llenado de 
los versos rotos que aquella chica creaba 
sin dejar de sonreír 
mientras sus sonrisas eran inundadas 
por las lágrimas que brotaban de sus ojos 
con la intención de practicar deportes de riesgo 
como el puenting 
desde sus pestañas 
hasta sus mejillas, 
o el choque contra aquella línea de intersección 
entre su mandíbula 
y su cuello; 
pero, en realidad, no existía mayor riesgo 
que el que ella había corrido al dejarse llevar por él a superficie, 
o, mejor dicho, a un desgaste 
que no era el de sus labios 
recorriendo cada milímetro de su cuerpo, 
sino el provocado en su coraza de hielo 
para hacer más fácil el deshielo 
y la ruptura de su corazón 
en más rotos que añadir a la colección. 
Porque el folio iba cogiendo esperanza 
a medida que las lágrimas encharcaban cada letra 
que formaban sus versos carentes de métrica, 
pero ella la iba perdiendo a cada metro 
que se hundía sin que nadie la sacase de aquel naufragio, 
a cada recuerdo de aquellos ojos 
que la poseían en persona.

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