Deshielo entre balas.

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Ella era un bloque de hielo a causa de todos esos sentimientos que la habían destrozado por dentro.

Él era puro fuego o, por lo menos, para ella lo fue. Derritió aquel hielo dejándola expuesta a cualquier bala que pudiera llegarla.

Ella creyó que la estaba protegiendo como si fuera su escudo en la batalla, pero él solo estaba preparando su estrategia final.

Él, con todo aquel metal que había sacado de las balas que había parado, se convirtió en una de ellas, en la única capaz de asestar el golpe mortal a las ruinas de las que ella estaba compuesta.

Ella vio cómo apretaba el gatillo la persona que jamás imaginó realizando tal acto. Pudo contemplar cómo se convertía en bala, cómo se clavaba en ella atravesando su pequeño órgano expuesto tras el deshielo de la muralla que lo protegía, cómo cada milímetro de su cuerpo se encogía ante tal impacto inesperado, cómo sus rotos se reabrían, cómo sus cenizas corrían tras él movidas por el viento pese al dolor que estaba sintiendo.

Y, es que, no quería perderle, pues él era la única persona que había sido capaz de romper su naufragio para darle a su vida pinceladas de colores tan vivos como las mariposas que dentro de ella se agitaban alborotadas. Seguramente era porque deseaban salir corriendo de allí antes de que la bomba explotase e hiciese de ellas pequeñas piezas que intentaban escapar antes de que alguna ruina tapase su salida y no hubiera forma de salir mínimamente ilesa.

Era día de tormenta y ojalá hubiera sido el agua de su deshielo quien la estuviera ahogando en vez de la falta de sus besos, pues naufragar hubiera sido mejor opción que navegar a la deriva tras el rastro de la sombra de aquel que la hizo creer que podía salir viva de aquella batalla en la que luchaba ella sola en vez de dos como la hizo creer.

Ella contra él, o al revés, ¿qué más da si ya se sabía que la arrastraría al mismísimo infierno?

Porque ella hubiera dado su vida por él y, en cierto modo, así fue, solo que él no necesitaba ayuda para ponerse en pie y poseía el arma más letal, sus falsos te quiero.

Y, ahora, ella es un paisaje desolado que busca el antídoto contra el veneno de sus besos en otros labios, que desea encontrar un refugio tan confortable como el que sus brazos formaban.

Pobre ilusa, cree que podrá encontrar el final del túnel en el que está perdida sin saber que hace tiempo que camina en la dirección contraria a la salida, que cada vez se adentra más y más en la niebla hasta acabar sumida en una oscuridad que ni el mejor de los pintores podrá disipar con un poco de color de su paleta.

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora