Queridos Reyes Magos.

98 9 2
                                    

Es una mañana en la que deberías despertar con ilusión, con ganas de levantarte para ver lo bonito que ha quedado el árbol de tu casa con todos esos regalos rodeándolo. Y lo haces, sí. Aunque sea solo por unos segundos, sientes esa ilusión, esas ganas de volver a ser pequeño y de tirarte por los suelos abriendo regalos, pero, nada más recordar lo que escribiste en aquella carta a los Reyes Magos, y ver que no te han traído ese único deseo que también pediste tras las doce uvas, tu mirada se nubla y tu mundo vuelve a oscurecerse, pierde ese pequeño rayo de sol que la había iluminado por segundos cuando sonreíste al recordarte de niña.

Queridos Reyes Magos:

No sé si he sido buena, o no, este año. Ni siquiera sé porqué sigo aquí, pero bueno.

Os escribo esta carta con la pequeña esperanza que aún habita dentro de mi corazón, temiendo ser absorbida en breves por la oscuridad que me inunda a mí, de que me traigáis de nuevo lo único que ha conseguido pintar mi vida con colores cálidos, lo único por lo que merecía la pena creer en los 'para siempre'.

Él.

Quiero volver a verle o, mejor, verle volver. Lo quiero, lo necesito y es lo único que os pido aunque y de sobra que no me lo traeréis, pues, si tras tantas veces pidiendo ese deseo en estrellas fugaces, dientes de león, pestañas, velas de cumpleaños, papeles de fuego al viento, lunas llenas, margaritas quemadas, gotas de lluvia, y miles de cosas más, no se ha cumplido ya, no lo hará ahora con vosotros, mis queridos Reyes Magos.

Me despido de vosotros ya, pues mi regalo está aquí ya plasmado. Solo me queda agradeceros tantos años haciéndome sonreír en estas fechas cuando esta joven vencida por la vida que ahora os escribe, era una niña inmune a todo el mundo que le rodeaba.

Relees esa carta una y otra vez, intentando adivinar qué ha fallado en ella para que tu deseo haya vuelto a ser fallido, hasta que decides darte por vencida una vez más en tu vida.

Coges ese mechero que tantas veces te ha ayudado a acabar con todas esas margaritas que afirman que no te quiere, y prendes la carta por ese extremo que te recuerda a la mano de la que solías ir caminando con él por la calle, el inferior izquierdo.

El fuego comienza a absorber tu carta y contemplas cómo se va conviertiendo en cenizas que simulan las tuyas mientras lloras al sentir que ese acto es como estar abandonando ese deseo de volver a verle, o verle volver, como estar diciéndole adiós a él, sin ni siquiera quererlo, para comenzar a navegar o naufragar en soledad.

Cierras los ojos con fuerza y, justo en el momento en que se apaga la última chispa de fuego, le pides de nuevo.

Y, mientras cierras los ojos y le pides de nuevo, luchas en tu interior por conseguir que tu esperanza de volver a ser suya ocupe el mismo lugar que antes tenía, pues, soñar con tenerle de nuevo es lo único que te mantiene en pie aunque, en el fondo, sea lo que te va ahogando cada vez un poco más sin que tú seas si quiera consciente de ello.

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora