Es hora de decir 'adiós'.

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Sigo tan enganchada a ti como tú lo estabas, y estarás, a tus pinceles.

Todo pintor necesita una musa, me dijiste aquel día, y yo me creí Gala, la musa de Dalí.

Ahora me pregunto qué habrá sido de tus cuadros, eran realmente buenos. Tú solías decir que era porque tenías una gran inspiración, yo.

¿Tendrás una nueva musa? ¿Harás guerras de pintura con ella dejando en tu cuarto blanco manchas por todos lados que dejen plasmado vuestro loco amor? ¿Te quedarás embobado mirándola para luego dibujarla sobre uno de tus lienzos o para hacerle el amor si ella se lanza a ti muerta de vergüenza y la llenas de besos desenfrenados? ¿Te abrazará por detrás tras llevar horas muertas observándote pintar como yo solía hacer? ¿Seguirás pintando paisajes donde te gustaría perderte con ella? ¿La quieres tanto como a mí? Ojalá la quieras más, pues sino, habrá una nueva víctima de tu sonrisa.

Me gustaba cuando pintabas esos paisajes lúgubres que ahora recuerdo deseando poder perderme en ellos sin que nadie, que no seas tú, me encuentre.

Me gustaba encerrarme en tu cuarto cuando tú no estabas perdiéndome en aquel olor a pintura que, ojalá, ahora pudiera traer de vuelta a mí para que volviese a actuar como somnífero y minimice este dolor que me consume por dentro. Aunque, no sé, quizás si volviese a sentir aquel olor a pintura tan característico de tu cuarto, de ti, de mí, lo odiase de tantos recuerdos que sacaría de ese baúl de mi mente en el que los he encarcelado para que no se me claven como cuchillos y profundicen mis heridas.

Solías decirme que tu color favorito era el verde. Nunca supe porqué, hasta ahora. Verde, verde como la esperanza, de salir de este túnel, que tú me dabas. Porque, chico, me hacías sentir a salvo entre tus brazos mientras arropabas mi cuerpo con tu sonrisa para que tus dedos fueran quienes me pusieran la piel de gallina, en vez del frío.

Solía pedirte que me pintases unas vías de tren que atravesasen un bosque profundo lleno de color cobrizo como el que inunda el paisaje en otoño.

Cuando discutíamos, solía sentarme en el suelo de mi habitación apoyada en la puerta mientras contemplaba ese cuadro que pintaste, especialmente, para mí y que, a día de hoy, aún conservo como si fuese una reliquia. Me imaginaba caminando por aquellas vías de tren entre hojas secas que se desprendían de los árboles, parándome a cada poco para recoger aquellas que tuvieran diferentes colores de la gama de marrones, imaginándome pegando aquellas bonitas hojas secas en mi cuaderno de tapas negras, ese que recoge todos mis ‘necesito escribir(te)’.

Hoy te pediré que me dibujes un mar enfurecido que me lleve lejos, a un sitio donde no pueda alcanzarme tu recuerdo, donde pueda encontrarme, pues, cuando te perdí, te llevaste mi ser contigo y, por eso, ahora no puedo conseguir el olvido.

Hoy me imaginaré posando para ti, de nuevo, entre esos besos de pintura que arreglaban poco a poco estas ruinas, las cuales se cayeron en picado cuando tus manos las soltaron.

Como yo.

Como tus cuadros por el balcón.

Como nuestro amor.

El único superviviente fuiste tú.

Siéntete afortunado, campeón,

Que, ahora, me toca ser feliz a mí.

Es hora de decir(te) adiós.

(Ojalá olvidarte sea tan fácil como echarte de menos, a ti, y a mí.)

Desolación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora