Y cada golpe te hunde un poco más,
te agrieta sin cesar,
te resquebraja hasta dejarte
al borde de la muerte
por una intoxicación
causada por la flecha envenenada
que Cupido te lanzó
en tu talón de Aquiles,
en ese órgano vital
que late en tu interior
creyendo que el hielo
era el escudo perfecto ante
cualquier arma mortal,
pues no sabía
o, mejor dicho, no quería aceptar
que el hielo,
al ser agua,
se evapora,
y que, por ello, se quedaría tan desprotegido
como las margaritas
que tú solías deshojar
cuando eras niña
y aún creías en los cuentos de hadas
que, cada noche, tu madre
te narraba hasta caer,
agarrada a su mano
y con una sonrisa en la cara,
rendida ante Morfeo.
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Desolación.
AcakPlasmando pedacitos de su alma en hojas de papel, libera lágrimas que la ayudaban a dejar de naufragar durante el tiempo en que su dolor se fundía en tinta.