Capítulo 24

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Capítulo XXIV

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Hoy era el cumpleaños de mis hijos y aunque la celebración con los amigos de su misma edad, no sería hasta el fin de semana, Mary y yo estábamos en la cocina preparando algunos bocaditos para quienes, año tras año, venían a cantar el cumpleaños feliz con ellos. Richard con Liese y ahora la pequeña Giselle, Magda, Hahn que se iba incorporando poco a poco a mi vida y Mary por supuesto, además hoy tenía entendido que vendría también Louis, que volvía a ser su novio. Aquella relación era algo parecido al nombre del perro de Johann, nunca sabía cómo iría este día.

Todos nosotros componíamos más o menos la familia que Derek y Johann conocían, quizás por eso me molestaba tanto que Bill no lo comprendiera, esto ya no se trataba de él o de mí, se trataba de los dos solecitos que ahora reían corriendo de un sitio a otro, jugando felices con sus mascotas y con la pequeña Giselle.

Era cierto que yo no le había contado nada, pero también era cierto que él había puesto una distancia de seguridad entre nosotros de miles de kilómetros.

—Y ¿Qué le dijiste? —me preguntó Mary, cuando le hablé de la intención de Bill de ver a mis hijos.

—Bueno, intenté que entendiera que los niños no lo conocen y que son felices con sus vidas —continué contándole—, te imaginas si de pronto les impones a un padre —susurré la última palabra.

—Ya —asintió— Y ¿Él lo comprendió?

—Qué va... siguió insistiendo —suspiré— y me dejó caer una amenaza.

—¡¿Una amenaza?!

—Shhh —le hice un gesto de silencio— Sí, que él podía hacerlo de otra manera si quería, o algo así...

Seguí ordenando los bocaditos.

—Por las cosas que me habías contado de él, no me lo esperaba —confesó.

—Ha cambiado mucho —seguí—, su mirada se ha vuelto dura y recelosa.

—¿Crees que se atreva a demandarte? —me preguntó. Esa pregunta me la había hecho casi a diario desde que nos habíamos encontrado Bill y yo en la cafetería.

—Hace años atrás, te habría dicho que no sin pensarlo, pero ahora...

—Ya...

Ambas nos quedamos en silencio.

—Pero, esto es una fiesta —le dije, esperando sonar animada.

—Sí.

—¿Cómo es eso que Louis y tú... —le pregunté.

—Ya sabes, él se disculpó, yo me disculpé —me explicó—y hasta la próxima.

—No puedes estar siempre esperando la próxima —le dije. No me parecía sano estar en una relación en la que eras feliz el veinte por ciento del tiempo, de eso ya sabía yo, aunque mi porcentaje de felicidad junto a Richard fue mayor.

—Yo también lo creo —me respondió. Por el tono que uso, comprendí que estaba intentando organizar esa idea dentro de sí misma.

En ese momento habló Hahn desde la puerta de la cocina.

—Cariño ¿Llevo algo? —se ofreció.

—Sí, gracias —le entregué una bandeja con bocaditos.

Cerré los ojos cuando lo vi salir y esquivar, con bastante arte debo agregar, a mis hijos que habían pasado como dos bólidos, seguidos por la pequeña Giselle que se movía un poco más lento.

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