Capítulo 34

62 11 1
                                    

Capítulo XXXIV

.

La perspectiva de un concierto cercano me ayudaba a sentirme algo más relajado, incluso considerando lo nervioso que las giras me ponían. Llevábamos unos días ensayando y estar en ello me hacía volver a lo conocido y lo que manejaba, dentro de una vida que se había convertido en un caos.

—¡Gustav! —le hablé para que nos diera la entrada.

La música comenzó a sonar y yo marqué los compases en mi mente, hasta que llegó mi turno para cantar. Había algo sublime para mí en la música, algo que me hacía sentir libre de todo. Cuando subía a un escenario y el sonido del público llegaba hasta mí, todo lo demás perdía importancia, lo único existente era la música.

El último acorde sonó, y entonces Tom habló.

—¡Perfecto! —su voz se escuchó ampliada por la acústica del lugar.

—No creo que tanto como perfecto —acoté. Tom volvió a hablar.

—Bueno, todo menos tú Georg, pero eso es normal —rio. Georg dejó salir una risa burlona y habló en tono irónico.

—Cómo siempre ¿No? —se descolgó el bajó.

—¿Alguien se apunta a una pizza? —preguntó Gustav desde la batería. Cuando lo escuché, instantáneamente me sonó el estómago y se me aguó la boca, miré mi reloj y pasaban de las once de la noche. Con razón tenía hambre.

—¿A quién le toca pedirla? —pregunté, mientras llevaba el soporte del micrófono hasta un rincón.

—Yo la pedí la última vez —dijo Tom.

—A mí, creo —aceptó Georg. En cuestión de un momento, se habían ido Gustav y Georg. Yo me senté en el borde del escenario y me bebí un sorbo de agua.

—¿Qué tal todo? —Me preguntó mi hermano. Ni siquiera lo miré.

—Horrible —me sinceré.

Qué podía decirle, en este momento mi vida era una maraña incomprensible de sentimientos. Había concretado un compromiso con Caro, que no debería ser un problema al fin y al cabo había sido mi novia por casi tres años, yo respetaba su trabajo como modelo y ella respetaba el mío en la banda, no había mucho más que decir sobre eso. Sin embargo, ahí estaba el otro punto de la historia, ese que se me clavaba como una espina y me infectaba por dentro silenciosamente, Juliette.

Ella y yo nos habíamos vuelto a ver, y todo en mí había ardido como madera seca. Sabía que no estaba bien, pero había una especie de consuelo para mi corazón cuando estaba con ella. La primera vez, y parte de la segunda, me había convencido a mí mismo que estar juntos era una especie de pago del que me estaba cobrando por lo que me había hecho, pero ahora mismo no estaba seguro, me sentía cada vez más ansioso por llamarla y volver a verla, abrazarla, besar su piel, morirme dentro de ella. Me sentía como un adicto, angustiado sin su dosis.

Tom se sentó junto a mí y dejé que se me escapara un suspiro.

—¿Tan mal? —me preguntó.

—¿Qué puedo decir? Estoy hundido en un agujero que he cavado yo solito —me bebí un nuevo sorbo de agua.

—Por cómo hablas, creo que necesitas algo más fuerte que eso —sentenció.

Había hablado la noche anterior con Caro sobre mis hijos, de alguna manera el momento había llegado y no podía esperar más, la noticia no se había hecho pública, al menos hasta ahora y sería muy desconsiderado de mi parte que lo descubriera por sí sola. Estaba sentado en el borde de la cama, repasando el orden de las canciones para el concierto y en mi cabeza sonaba la música, nota por nota, incluida la apertura y el cierre.

SagradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora