Capítulo 8

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Capítulo VIII

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—Apresúrate —le dije sin mucha amabilidad a Tom, que venía tras de mí.

No había sido la amabilidad mi especialidad últimamente. Tom era el que mejor llevaba mi mal humor, sabía cómo ignorarme. Georg y Gustav se escabullían siempre que podían.

Estábamos desde hace algunos días, revisando propuestas para lo que sería nuestro escenario en el tour que comenzaríamos a principios de año, ese día veríamos la que me parecía podía ser la adecuada. Cuando se trataba de trabajo intentaba dejar de lado completamente mis problemas personales, aunque en la última presentación que habíamos tenido en Francia no estaba seguro de haberlo logrado del todo. Sabía que había actuado como siempre, pero no pude en ningún momento de la actuación dejar de pensar en que Juliette podría verme. Si era verdad aquello de que era una fan como solía repetírmelo, me vería.

Era consciente de lo estúpido que sonaba, pero no quise que me viera titubear, por muy frustrado que me sintiera, aunque ese día lo estuviera menos que hoy, que habiendo pasado diez días desde nuestro encuentro, Juliette no había dado señales de vida. Me costaba reconocerlo, pero posiblemente no lo haría. Sabía que tenía que dejar de lado toda esta tontería, la banda y lo que ella significaba en mi vida era lo más importante, no iba a detenerme por más tiempo en una chica, que por otra parte y si lo pensaba bien, me era completamente desconocida.

Fue entonces, cuando antes de llegar a la sala en la que nos esperaban, mi teléfono móvil sonó. No era de extrañar que lo hiciera, pero llevaba diez días a la espera de una llamada que no llegaba. Metí mi mano al bolsillo, miré el número y me tensé cuando lo vi. Respiré profundamente y me di la vuelta, para encontrarme de frente con Tom.

—Vuelvo en un momento —dije. Mi hermano me miró inquisidor.

—Nos esperan —me respondió. No solía hacer esperar a nadie. Medité un segundo en ello y el teléfono dejo de sonar, lo apreté en mi mano y volví a insistir.

—Vuelvo en un momento.

Pasé junto a Tom y le oí decir.

—Bien.

Sabía que me cubriría la espalda por unos minutos, aunque no estuviera de acuerdo, así que entré en una habitación cercana. Las manos habían comenzado a sudarme, aunque de pronto me sentí menos molesto que en los últimos días, aunque no quería que Juliette me notara blando, ni débil, mucho menos frágil. No quería, bajo ningún aspecto, que ella fuera consciente que me había dañado con su rechazo.

Marqué el número y esperé a un par de sonidos de llamada.

—¿Si? —escuché finalmente su voz. El corazón me dio un salto en el pecho.

—Tengo una llamada tuya —le dije, con rudeza. Arrugué el ceño al escuchar mi propia voz, pero antes de arrepentirme pensé que se lo merecía.

Se quedó en silencio, lo que me faltaría por ver sería que me hubiese cortado la llamada.

—¿Sigues ahí? —le pregunté.

—Sí —la escuché.

Esta conversación no llegaría a ninguna parte si todo lo que recibía de ella eran monosílabos. Al menos debería decirme qué le había sucedido. Necesitaba una explicación, pero no la iba a pedir directamente.

—Bueno... tengo prisa...

No estaba mintiendo, había personas esperándome. Juliette se apresuró a contestar.

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