Capítulo 35

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Capítulo XXXV

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Aún tenía los ojos cerrados, notaba como mi consciencia volvía poco a poco y cuando quise estirar el cuerpo, sentí el peso de otro cuerpo sobre mí. Abrí los ojos y vi a Juliette, entonces recordé que estaba en su casa y recordé también el vodka que me había tomado, por la forma en que me dolieron los ojos y la cabeza ante la luz del día. Los entrecerré y me quedé mirando a Juliette, seguía dormida, con la cabeza apoyada en mi pecho y el cuerpo extendido a lo largo del mío, apresada contra el respaldo del sillón y su mano metida bajo mi camisa. No sabía como habíamos podido dormir ambos en tan poco espacio, pero lo cierto es que me sentía muy cómodo.

Levanté una mano lentamente, no quería despertarla, miré mi reloj y apenas pasaban de las ocho de la mañana, si las cortinas estuvieran cerradas seguro dormiría mucho más. Miré nuevamente a Juliette, un mechón de su cabello le cubría parte del rostro, enlacé mis dedos en él suavemente y se lo quité, quería verla bien, así dormida parecía frágil y mía, por un momento sentí como si me encontrara en el sitio al que pertenecía, Juliette también conseguía ese efecto en mí, la calma.

La noche anterior había llegado hasta aquí en busca de esa calma, recordaba cada tambaleante paso que había dado y mis tontas bromas. La forma en que Juliette me había recibido y el beso que le había pedido y que ella me había entregado sin reservas. Incluso recordaba la confesión que ese beso me había arrancado.

—Te quiero...

Le había dicho y por primera vez en años, no me había sentido perturbado, ni confuso, ni dolido. Ella me miró, sonrió suavemente y me habló tocando mi mejilla con delicadeza.

—Si que estás borracho

—Quizás sí —acepté sonriendo.

—Deberías dormir —me dijo.

Sin embargo, en ese momento no quería hacerlo, quería estar con ella, acompañarme de su olor almizclado y del roce de sus rizos contra mi rostro al besarla. Algo dentro de mí, ahora que mi cuerpo estaba absolutamente vencido por el sopor del alcohol, me decía que las horas que había hasta mañana marcarían una diferencia.

—Traeré una manta —me habló, removiéndose de encima de mí. La sostuve por la cadera.

—No te vayas —le pedí. Me sonrió.

—Sólo será un momento y volveré —intentó liberarse.

A pesar de lo lento que reaccionaba mi cuerpo, mis manos no se movieron del agarre que mantenía sobre sus caderas y Juliette siguió sentada a horcajadas.

—¿Sabes que siempre me has parecido preciosa? —le repetí, sonriendo. Juliette mantenía un gesto amable, casi dulce.

—Creo que eso ya me lo has dicho —esta vez sonrió y a mí se me escapó una sonrisa tonta.

—Sí... —acepté. Ella volvió a reír, estábamos alegres, de ese modo que me calentaba el alma y que recordaba a pesar de no querer hacerlo.

—No te rías de mí —me quejé con una mueca. Juliette se río más fuerte y se cubrió la boca de inmediato para amortiguar el ruido.

—Perdón —habló—, es que te pareces mucho a Johann con ese gesto...

—Soy su padre ¿No? —me encogí de hombros. Juliette ladeo un poco la cabeza y susurró.

—Claro... —como si se acariciara las letras.

—Porque tú y Tom no... —hice un gesto de negación.

—Bill —quiso parecer molesta, pero ni el tono ni el volumen de su voz la ayudaban, aún así me dio un puñetazo suave en el hombro a modo de advertencia.

SagradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora