Capítulo 13

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Capítulo XIII

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La mañana se me había hecho especialmente dura en el trabajo, la noche anterior Mary y yo habíamos estado hablando hasta muy tarde y en este momento, que ya era la hora de comer, recién contaba con un respiro para llamar a Bill, antes que despegara hacía Milán.

Saqué mi teléfono del bolso para llevarlo en la mano al salir y pude ver que tenía dos llamadas sin responder de Bill. Me sentí muy triste al comprobar que me había llamado y yo ni siquiera lo había oído, pero no me extrañaba en absoluto.

—Voy a comer —anuncié de camino a la salida.

La encargada me hizo un gesto afirmativo y siguió manipulando su computador portátil. En cuanto salí y avancé algunos pasos, me detuve comenzando a buscar el número de Bill en mi registro.

—Hola —escuché la voz de Richard cuando me disponía a pegarme el teléfono al oído. Corté la llamada de inmediato.

—Hola —respondí, con el corazón palpitando como loco. Ambos nos miramos y nos quedamos así un momento, ninguno se acercó de forma espontánea para dar un beso al otro, un beso que siempre había estado ahí. Me aproximé y se lo di en los labios de forma fugaz.

—Hola —repetí ¿Qué nos había pasado ¿En qué momento había dejado Richard de ser mi mundo?

—Vamos a comer —me dijo, haciendo un gesto que me invitaba a seguirlo.

—Sí.

Fue mi escueta respuesta.

Caminamos hasta un restaurante cercano, uno que solíamos visitar cuando comíamos juntos. Recuerdo que durante el tiempo en el que comenzó nuestra relación, Richard me recogía casi a diario, paseábamos aunque estuviese lloviendo y hasta me escribía de vez en cuando una carta. Un día me di cuenta que todo aquello había dejado de suceder hacía mucho, pero el problema no estaba realmente ahí, el problema estaba en que me parecía normal. Cuando mi madre murió, Richard fue mi compañero en todo momento, a pesar que entonces no éramos más que amigos. Quizás fue exactamente esa gentileza suya, la que me había convencido para ser su novia y el modo en que a su lado sentía que los problemas eran menos graves y que seguía existiendo cierta estabilidad en mi vida. Richard me daba el apoyo que mi padre no sabía darme.

Mary siempre ha afirmado que nunca he estado realmente enamorada de Richard y yo jamás he querido darle la razón, pero muy íntimamente me lo he preguntado. Quería a Richard, eso es todo lo que tenía que saber. Ahora él estaba ahí, pidiendo nuestra comida, lo miraba con profunda nostalgia, deseaba poder retribuirle cada minuto en el que me había amado, pero ahora mismo se me hacía imposible. Podía ver como la pared entre nosotros iba creciendo cada vez más, sin detenerse.

—Voy al baño —dije cuando Richard volvió a la mesa.

—Bien —respondió, sin agregar nada más.

Caminé hasta el pasillo anterior al baño y llamé a Bill. Esperé hasta que salió una grabación y entonces miré la hora, las dos de la tarde con treinta y ocho minutos, Bill ya había partido a Milán. Respiré profundamente antes de volver a la mesa y a Richard. Me senté en completo silencio y así continuamos por largo tiempo, sin cruzar palabra, hasta que él habló.

—¿Por qué estás tan extraña últimamente conmigo?—su pregunta me sorprendió y sentí el reflujo de la comida cuando mi estómago se contrajo.

—¿Extraña? —pregunté mirando la brócoli que quedaba en mi plato, sin poder mirarlo a él. Tenía miedo de que todo se reflejara en mi mirada.

—Sí, extraña —confirmó y estuve a punto de soltar un suspiro.

Sentía como si me hubiesen golpeado con un mazo justo en el cuello y me estaba costando recuperarme. Lo miré entonces, con mi mejor cara de pregunta, Richard estaba con ambos codos apoyados sobre la mesa y las manos unidas, observándome directamente. Podía percibir su mirada taladrando mi cerebro en busca de la respuesta racional.

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