Capítulo 7

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Capítulo VII

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Todo lo que estaba pasándome no encajaba en mi concepto de realidad, a tanto llegaba mi desconcierto, que había alcanzado la parada del autobús como una autómata, abriéndome paso en medio de las personas, sin ser capaz de verlas. Era consciente de que experimentaba una especie de euforia, ya que de cierta manera me sentía como una adolescente que recibe su primer beso justo del chico que le gusta, pero por otra parte, el peso de la realidad me aplastaba. Bill me había besado y el solo recuerdo me erizaba la piel, no podía contar la cantidad de veces que lo había soñado, imaginado o deseado, pero en el momento exacto en que sucedió, se rompió el sueño y comprendí que no podía permitir que avanzara más.

Miré ansiosa calle abajo una vez más, esperaba alguna señal de que el autobús se acercaba al fin. El letrero electrónico decía que aún le faltaban dos minutos, pero necesitaba distraer mi mente con algo, así fuese contar los segundos de esos dos minutos.

De pronto fui consciente del coche que se había detenido justo frente a mí y aunque habría deseado con todas mis fuerzas huir, no era capaz de moverme. Me quedé estática mirando la ventanilla, no podía ver el interior, pero sabía que Bill estaba ahí, mirándome. Sentía como mi cuerpo temblaba en diminutos espasmos. Sentía que estaba a punto de derrumbarme y ni siquiera podía definir del todo las emociones que me invadían. Bill había sido durante años mi amor platónico, pero hoy, con ese suave roce de sus labios, se había convertido en un hombre real.

El sonido de una bocina me retumbó en los oídos y el coche se alejó.

Habría querido suspirar, pero no lo hice, de hecho no reaccioné hasta que el autobús se detuvo delante de mí y vi como abría las puertas y comenzaban a subir las personas. Por un momento barajé la idea de quedarme ahí en la parada, no quería volver a casa aún, pero de todas maneras subí. Me senté muy atrás, quizás como una manera de aislarme, aunque en un autobús no era cosa fácil. Miraba la calle sin mirar realmente, las personas se movían como en una especie de obra de teatro que no comprendía.

Decidí llamar a Mary.

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—¡¿Y te quedaste con su bufanda? —volvió a preguntar mi amiga, mientras el café que habíamos pedido se le enfriaba.

—Por favor Mary, eso no es lo más importante —le pedí. Mi amiga tenía la facultad de distraerse con lo trivial, aunque luego era capaz de hablar con cierta sabiduría y entregarme buenos consejos.

—Pero parece muy suavecita—me discutió con exaltación masajeando los extremos de la bufanda, como si yo estuviera ignorando lo obvio.

—Mary —hablé casi en un suspiro—, te dije que me había besado.

No lograba decir aquello sin que se repitiera en mi estomago la sensación de ansiedad que me había embargado cuando Bill lo había hecho.

—Bueno —suspiro ahora ella resignándose a que la bufanda pasara a segundo plano—, a eso no se le puede llamar, realmente, un beso.

En teoría no y comprendía su razonamiento, pero todo lo que yo sentía a raíz de ese mínimo toque me decía lo contrario. Todo dentro de mí se había revolucionado y el sueño se había estrellado contra la realidad.

—Quizás decir que he soñado, por mucho tiempo, con esto puede sonar un poco cliché —dije con cierta timidez—, pero es así

—Bueno Juliette —seguía Mary con su tono amable, intentando quitarle importancia a lo que le estaba contando. Pensé que me entendería un poco más—, también queríamos besar a Robbie Williams hace unos años.

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