Capítulo 4

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Capítulo IV

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Pensaba que reunirme con Juliette, sería como cerrar una puerta y dejar atrás una línea en un pequeño capítulo de mi vida. Ahora llegaba a casa, con la sensación de haber abierto un gran libro que apenas comenzaba a leer.

En cuanto entré, uno de mis perros vino a encontrarme.

—Tranquilo —le dije. Él sabía que cuando le hablaba así, debía guardar distancia. Le acaricie bajo el hocico y él levantó la cabeza en busca de más caricias. Era un animal exquisito.

—Me cambiaré y podremos jugar —le hablé.

Mi mascota me miró, con sus inteligentes ojos y supe que si pudiera sonreír lo habría hecho. Caminé en dirección a mi habitación, encendí varias luces a mi paso, la noche había llegado hacía ya un buen rato. Dejé caer el bolso sobre una silla y el gorro que me había quitado un instante atrás. Me miré en el espejo que había frente a mi cama, el ligero maquillaje que llevaba al salir aún seguía en su sitio.

—Has tardado —escuché la voz de Tom desde la puerta.

—Un poco —le contesté, quitándome los collares y los anillos, sin mirarlo.

—¿Nada que contar? —insistió.

—Nada —respondí con aire de aburrimiento, descalzándome.

Él se quedó en silencio un momento. Conocía a Tom, sabía que no había terminado y él sabía también que tendría que insistir mucho para obtener algo más de mí, pero como llevaba una temporada sin citas, no tenía mucho en que perder el tiempo, para mi desgracia. Se sentó, dejándose caer en una esquina de mi cama, sabiendo perfectamente que aquello no me gustaba nada, pero no hice el más mínimo gesto de fastidio y comencé a buscar dentro de mi bolso los cigarrillos. En cuanto encontré la caja, le di un par de golpes contra mi mano y le ofrecí a mi hermano, intentando desviar su atención.

—¿Una cita? —preguntó en cuanto encendió su cigarrillo.

—Mhm... —respondí apretando el filtro entre los labios.

—¿Hombre o mujer?—en su tono se adivinaba la diversión. Lo miré de reojo comprobando la sonrisa que jugueteaba en la comisura de su labio.

Aspiré una bocanada de mi cigarrillo y abrí ligeramente la ventana, el aire entraba frio.

No debía extrañarme la diversión de Tom, hacía sólo un par de días, había vuelto a salir un artículo en la prensa, que hablaba de mi posible anorexia y de la compañía masculina que había tenido en una fiesta, pero claro, no decían que aquel hombre estaba borracho y que habían tenido que sacarlo de mi lado, casi a empujones, cuando su admiración por mí pasó a convertirse en una declaración de amor. Esa noche Tom no había dejado de reír. Aunque estaba seguro que su broma de ahora mismo, iba más bien dirigida a burlarse de aquel artículo mal intencionado.

—Bueno —volvió a hablar, comprendiendo mi silencio—¿Chica entonces?

Eché el humo por la ventana y sacudí la ceniza también. Tom no se daba fácilmente por vencido, jamás.

—Sí —aclaré y volví a inhalar el humo que entraba áspero por mi garganta.

—¡Eres imposible! —exclamó exasperado, poniéndose de pie— Tengo que arrancarte las palabras.

También sabía que reaccionaría así en algún momento, claro que no pensé que sería tan pronto. Era algo muy propio de él, desesperarse cuando no obtenía resultados inmediatos.

Ahora, interiormente era yo el que me reía.

Expulsé el humo.

—Tú no me cuentas tus citas —le espeté, encogiéndome de hombros.

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